Lo bueno de maquetar (o compaginar, como queráis llamarlo) es que, quieras o no, al final acabas viendo (aunque no del todo, eso nunca) los entresijos de la, llamémosle así, «arquitectura literaria».
Lo malo: aunque no estás leyendo, porque no estás leyendo, los acontecimientos narrados se te filtran como por ósmosis.
Como sabéis (y si no, deberíais), a principios de agosto se puso a la venta la edición de bolsillo de Juego de tronos (para más info, aquí).
Martin es una de mis debilidades lectoras. Y lo descubrí con Muerte de la luz, maquetándola para Gigamesh.
Me encantan los libros de bolsillo. Los encuentro más cómodos y manejables; también más baratos y, para los que tenemos la estantería a reventar, muy prácticos.
Así que me hice con un ejemplar, lo abrí para disfrutar del prólogo… Y ya voy por la página 200. Pero con un aliciente: me lo estoy leyendo. De verdad. Y, ¡por los dioses antiguos y nuevos!, qué gustazo sentir el viento frío del Muro en los huesos, el humo de los banquentes en Invernalia y Desembarco del Rey, el vozarrón de pendenciero del rey Robert y, sobre todo, las sensaciones de cada uno de los personajes. Y descubrir unas cuantas premoniciones que me habían pasado desapercibidas. Y disfrutar con detalles que había leído a vuela pluma. Y engancharme a la trama de nuevo.
Y, claro, encontrarme con alguna errata 😦