El verano del #FIB2011: domingo, 17 de julio

Otras tres horitas escasas de sueño. Un sueño que empezó con una canción en plan Explosions in the Sky… y que una voz en sueños (en el sueño de otro, digo) interrumpió bruscamente. No vamos a decir nombres, pero dio para mucho la mañana siguiente.

Inciso: La mañana siguiente. Roque y yo salimos a buscar un desayuno consistente y a llevar café (recordemos: la cafetera italiana no funcionaba; tenía la goma de la junta desgastada y el agua no llegaba a pasar por la cazoleta del café, sino que se derramaba a través de la rosca y dejaba una capa de cal del copón en la encimera. Maldita cafetera) a las chicas. Él se compró El País, subimos al apartamento, preparamos un vermut en la terraza; caras de cansancio, de ilusión ante el día grande del #FIB2011, de un curiosa felicidad producto del agotamiento y las gratas experiencias de las jornadas anteriores… Continuar leyendo «El verano del #FIB2011: domingo, 17 de julio»

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El verano del #FIB2011: jueves, 14 de julio

Considero el FIB un festival para guiris abrazafarolas. No creo que vaya nunca.

#famouslastwords que solté por Twitter, justo uno o dos días antes de que la organización del FIB anunciasen la incorporación al cartel de Portishead (¡ooooooh!), Arcade Fire (¡OOOOOOH!) y Elbow (¡yiiiiHAAAAAA!). Tras unas breves conversaciones (porque no durarían ni cuatro mensajes de correo electrónico) con el resto de los componentes de lo que vendrá a conocerse como Comando Fiber 2011 (a.k.a. la Alegre Compañía durante el Primavera Sound), nos lanzamos a la piscina y, ¡venga!, el abono de cuatro días. ¿Para qué luchar contra los elementos, si no somos la Armada Invencible? O sí, como demostraríamos ya en Benicàssim.

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Philip K. Dick, androides y Portishead (previa del FIB 2011)

Uno de los temas recurrentes en las obras de Philip K. Dick era la empatía. Dado su peculiar estado mental (creo que era algún tipo de esquizofrenia, aunque os recomiendo los estudios de Pablo Capanna, o el número 39 de la revista Gigamesh, para saber más del autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y su fascinante obra), la ciencia ficción le proporcionó el arquetipo perfecto para simbolizar la falta de empatía: el androide, el arquetipo de lo no-humano entendido como un ser inteligente pero incapaz de interaccionar a nivel emocional; lo complementó con una variante: la copia, el replicante,  un androide que finge ser humano, o también un humano que pierde la empatía y, por tanto, su condición humana: un hombre más androide que humano, así a grandes rasgos.

Aunque Dick daba rienda a sus fobias, no deja de ser desasosegante pensar que algo de razón tenía. Total, quien más, quien menos, todos hemos conocido a alguien que era incapaz de comprender algunos, o todos, los sentimientos de una persona, de un colectivo o de todo hombre y mujer a su alrededor.

Más desasosegante es, sin embargo, sentir esa falta de empatía, esa desconexión emocional.

En mi caso, alguien a quien cierto profesor de literatura / autoconocimiento (yo estaba en el lado izquierdo de la barra, él en el derecho) dijo que era una persona «demasiado racional» y que no era capaz de conectar con el ámbito emocional más que cuando escribía con rabia, lo de verme como un androide… Lo reconozco, me vi así hasta los 22 años, cuando el primer hostión sentimental de verdad. Bueno, ahí también vi que lograba conectar con ese ámbito emocional mediante la rabia que fluía hacia el exterior.

¿»Demasiado racional»? ¿Que quería decir con eso? Creo que la incapacidad de hacerme mella apelando a mis debilidades. Recuerdo que, durante casi seis meses, uno tras otro mis compañeros, a través de los textos que escribían, le dejaron la puerta abierta a sus debilidades; y, explorando en ellas, uno tras otro se desmoronaron y abrieron una parte de su corazón en canal.

Si eso no era pornografía emocional de verdad, apaga y vámonos.

Pero a mí no me alcanzó. Estaba esa racionalización que, oiga, es mi forma de aprehender el mundo. Todo efecto tiene su causa, toda acción su reacción, e incluso el efecto túnel, la dilatación del tiempo y las partículas subatómicas tienen su explicación.

¿Soy un androide o un replicante à la Dick?

Demos un salto al domingo 17 de julio, FIB, escenario Maravillas: conciertazos de Portishead y Arcade Fire.

Geoff Barrow es un maestro de los sonidos: Todo el arsenal electrónico que despliega en el escenario se convierte en un altavoz para la emoción desgarrada y descarnada de Beth Gibbons. Su voz es dolor. Sus letras son dolor. Llegan a ser insoportables, de bellas y dolorosas. Y sucumbes.

Y después los canadienses de oro del indie. En ellos, todo es épicamente exagerado: hasta el optimismo de «No Cars Go» está insuflado de una grandeur emocional que hace imposible no vivir la comunión de 50.000 espectadores coreando a toda voz. Rabia: de eso hay mucho también en su lírica. Pero himnos a la desilusión y al desengaño como «Rebellion (Lies)» o «Crown of Love» hacen difícil soportarlo.

Y sí, ahí, mientras coreaba «Glory Box», «Roads» o «Crown of Love», si alguien me hubiese enfocado con una cámara, hubiese visto cómo las lágrimas caían a chorro. ¿Veis? No era difícil llegar hasta lo más profundo del corazón: sólo hace falta buena música y buenas letras. Así que tampoco lo tenéis tan fácil, muchachos.

(¿Quién me ha dejado el origami del unicornio encima de la mesa?)

Más adelante reseñaré el FIB, sí. Y el concierto de B.B. King del viernes pasado, y el de Manel del viernes que viene. Palabra.