Necesitaba desahogarme y, en vez de escribir un fútil estado en Facebook, he pensado que mejor hago una entrada (fútil, igualmente, pero más duradera) en el blog. Ya me disculparéis la falta de ilación en la argumentación, pero los que me conocéis ya sabéis que soy así de disperso y perezoso. Vamos p’allá.
Puedo entender el hartazgo que puede causar en la gente, por saturación, el meme del Tomasín y la amenaza de ISIS a Al-Andalus, digo España. Incluso que pueda parecer, a ojos de algunos, una banalización de la situación actual, dramática y complicada como, por otra parte, ha sido siempre la historia de la humanidad. Por una parte, ahora tenemos suficientes herramientas como para estar al día de casi cualquier cosa. Por otra, estamos sobresaturados. Pero este es otro tema que ahora no viene al caso.
Os recomiendo encarecidamente la exposición Punk. Els seus rastres en l’art contemporani. Es tal cual su nombre indica, así que no esperéis una muestra exhaustiva del panorama musical de finales de los setenta, aunque los paneles dedicados a la eclosión del punk no se quedan en la anécdota y recorren tanto los precedentes como algunos de los herederos actuales de Sex Pistols, The Clash, New York Dolls, Buzzcocks et al. Menos evidente y mucho más interesante resulta el ideario, la gestación, el momento y el entorno en que se produjo la irrupción del punk. Recordemos uno de los eslóganes más conocidos y reconocidos: «No Future». La sociedad occidental aún sufría los efectos de la crisis del petróleo, gobiernos terriblemente conservadores se asentaron en Reino Unido (Margaret Thatcher) y Estados Unidos (Ronald Reagan), las luchas sindicales se recrudecían (y acababan aplastadas por el gobierno de turno), el paro parecía sistematizarse…
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El punk fue fugaz pero dejó un rastro que, en parte, se rastrea en la exposición. Pero al salir me quedó la sensación de que, en unos tiempos tan parecidos a aquellos (o, incluso peor, a la Europa de entreguerras), no parece que haya un movimiento o un conjunto de ellos que le plante cara al sistema como, fugazmente también, se lo plantó el punk al stablishment en todos los niveles, desde el político al cultural.
Quizá aún falte perspectiva. O, desde luego, que haya multitud de movimientos que se me escapen al radar por no participar de sus círculos o estén convenientemente silenciados gracias a su omisión en los medios (aunque en este época de Internet se me antoja raro). ¿El 15-M? Aun así… ¿Dónde están reflejados el inconformismo, la lucha, la ruptura? Deben de ser símbolos muy sutiles, nada tan radical como cantar Anarchy in the UK o London Calling, representar happenings con sangre y vísceras o… Bueno, sí, quizá unas de los últimas artistas con una actitud realmente punk (usado aquí como sinónimo de ruptura, denuncia, confrontación) sean las Pussy Riot. O las acciones reivindicativas del colectivo Femen. Pero se me siguen antojando pocos y no tan extendidos, tan simbolizados, en la sociedad. ¿El sistema ha aprendido a absorber y neutralizar con mayor diligencia la disensión, mercantilizándolo mucho más rápido que como hizo con el punk? Quién sabe…
O quizá la disensión ha tenido que aprender a ser más sutil para poder infiltrarse en el sistema y roerlo desde dentro. En ese sentido, la exposición Andrea Fraser. L’1 %, c’est moi tiene bastante de punk en su forma de criticar y poner en evidencia la tendencia mercantilista que en los últimos años se ha asentado en los museos y el mundo del arte. También os la recomiendo.
Soy catalán pero de raíces andaluzas, y muy orgulloso de ello; como lo sería de ser riojano de raíces valencianas: son mi presente y mi pasado, y no veo por qué habría que esconderlo.
Durante la infancia y la primera adolescencia acompañaba a mis padres a las sesiones de cante jondo de la Peña Flamenca Cultural y Recreativa de Cerdanyola, y sí, estuve unos cuantos años en el cuadro flamenco de la Peña. Mis padres amaban sus raíces y querían transmitírmelas. Y algo caló.
Se acabó. Cuatro horas y pico en nuestro huso horario y ya podemos darle puerta al año en que la crisis nos colló peligrosamente, en que salimos a la calle, aguantamos los palos y, total, acabamos con los que sabíamos que iban a gobernar para putearnos más aún, si cabe, que los otros.
En el balance positivo: que parece que por fin nos despertamos. En el negativo: que queda mucho por hacer. ¿Negativo? Bueno, en literatura la crisis es el motor del cambio. A mejor o a peor, eso está por ver.
Ha sido un año duro, muy duro, a todos los niveles. Pero quedémonos con la idea: tenemos que escribir el futuro, y no corregir el pasado. Hacedme caso, porque lo contrario no da ningún resultado.
Como uno es bastante perro, y como el blog está enlazado a Twitter, Facebook y no sé si a algo más, daos por felicitados con este post, que no estaré después por mandar sms, whatapps ni spams varios. Feliz año 2012, que nadie os amargue el ánimo, y ya sabéis:
«Adelante, Bonaparte.» Quizá la canción que mejor resumen el espíritu de este post. Y del año pasado y del venidero.
Esta mañana nos hemos quedado fascinados con la reposición, en el Canal 33, de la emisión de la entrevista, hecha en el programa Singulars, a José Luis Sampedro. Disponible en el servicio 3 a la cartaaquí. O aquí mismo, si se inserta bien el vídeo:
De los conceptos que, con una lucidez envidiable, trata Sampedro, uno de los que más hondo me ha calado ha sido el de la verdad (a partir del minuto 25, aprox.). No porque sea más importante, o lo haya tratado con más profundidad que los otros, no, porque no hay ni una palabra superflua en todo el programa. Completamente admirable. Pero hablaba de la verdad. De cómo identificarla, reconocerla y no enmascararla, hacerle caso omiso o ni verla. Algo que, en la mente de un (educado en un título) científico y racional no cabe mucha duda, ni siquiera en el terreno tan aparentemente surrealista como la mecánica cuántica. Claro que diferencia la verdad objetiva (que es sobre la que estudié en la facultad, la del método científico) y la verdad de los ideales.
La idea científica de la verdad objetiva quede bastante clara con esta imagen, tomada ayer en el vestíbulo del CosmoCaixa:
Vestíbulo del CosmoCaixa, con las 30 ecuaciones fundamentales
Algunas ecuaciones con más detalles (y reconozco que me emocioné al ver la ecuación de ondas de Schrödinger ahí en primer plano, y la de la energía libre de Gibbs…):
Cuántica, termodinámica, relatividad...
Una imagen para mí preciosa. Reconozco que me quedé maravillado, palplantat en el vestíbulo, repasando todas las ecuaciones. De verdad, hay algo maravilloso en ese bello resumen del Universo.
Hacía años que no visitaba el CosmoCaixa (el antiguo Museu de la Ciència), por cierto, y se nos pasaron 3 horas como si hubiese sido apenas media hora, y casi todo en la Sala de la Materia (ah, la física…). Total, que al final no vimos ni la mitad del museo, absorto como estaba con los experimentos sobre dinámica, ondas, óptica… Suerte que podemos entrar gratis y que repetiremos en breve.
Pero estábamos hablando de la verdad, de la verdad objetiva y de cómo, tal como explica Sampedro, es necesaria la educación para que la gente sepa elegir y tenga libertad de pensamiento: el puntal de la libertad, en el fondo. Aparte de lo comentado sobre las ecuaciones fundamentales, ¿a cuento de qué viene la visita al CosmoCaixa?
Pues por una anécdota que refleja cómo la base angular que da pie a esa verdad subjetiva y a la libertad está resquebrajada: la educación.
Porque los experimentos que se exponen en la Sala de la Materia está claramente orientado a hacer comprensibles fenómenos de la naturaleza que, explicados en clase de física, química, biología o cualquier otra ciencia resultan áridos (y mortalmente aburridos para los estudiantes). Los paneles informativos son sencillos y no entran en absoluto en explicaciones de nivel universitario.
Cuando ves a los chiquillos probando experimentos como el giróscopo, la sedimentación, el muro de hielo, y ves que sus padres les explican con sencillez cuál es el principio del experimento, uno ve un rayo de esperanza. Lo habitual era, por desgracia, a los chiquillos jugando con los experimentos (normal)… y a los padres que no entendían ni papa (no pun intended) y que dejaban patente su, digamos, orgullo por la ignorancia. Ni una mirada al panel informativo mientras preguntaban «y esto ¿qué coño es?». Pues hombre… ahí está el panel. Que no es tan difícil, joder.
Igual exijo mucho, pero ver a gente salir del CosmoCaixa con el mismo conocimiento que cuando entraron desmoraliza. Sign O’ the Times, que diría aquel.
Sin embargo, el esfuerzo para alcanzar la verdad ni es fácil ni garantiza nada. Porque vale, la verdad objetiva es mensurable, es aprehensible y todo lo que quieras, pero ¿y la otra? La de los ideales es con la que uno tiene que ser sincero, porque será la estructura que sostendrá sus decisiones. Importante tenerlo claro para no arrepentirse de las acciones que uno toma a lo largo de la vida. Y aun así, ¿quién no ha acabado en un callejón aparentemente sin salida, por muy clara que tenga su verdad subjetiva, sus ideales?
¿Y la verdad que no se razona, la de los sentimientos? Tenemos veintitantos siglos de literatura alimentándose de este motor de historias y generador de conflictos argumentales como para resolverlo en una entrada de un blog. Sólo cabe, pues, seguir añadiendo ladrillos (ladrillos… granos de arena, si acaso) a esos ventitantos siglos de tradición narrativa. Quizá no sirva para que nadie más encuentre el camino a su verdad, pero, como muchos otros, desde Philip K. Dick a Woody Allen (la razón por la que los admiro), me sirva para aclarar el mío.
Coincidió el sábado pasado que leí esta entrada del Aburreovejas y, por la noche, vi el reportaje de Informe Semanal sobre la gira de The Wall, de Roger Waters (obra más suya que de Pink Floyd porque, con todos los fantasmas que vertió en Waters en ella, cualquier otra contribución que no fuera la suya queda eclipsada, por muy bien que tocase David Gilmour). Y aunque Waters explicitaba los conflictos que lo condujeron a escribir su ópera rock, cualquier explicación, en realidad, palidece ante las imágenes, entendidas como conceptos amalgamados en un bloque de información. Continuar leyendo «Imágenes fascinantes»
Después de la experiencia del concierto de Fran Healy tres días antes, y sólo un día antes en L’Auditori, en la fiesta del décimo aniversario de la coral TwoCats pel Gòspel (algo tiene el góspel que, aun viendo a un grupo no profesional, uno acaba llorando en casi todas las canciones), encaré el concierto de Patti Smith no diré que con escepticismo, pero sí con la convicción de que, por mucha leyenda viva, nada iba a superar aquel contacto directo, aquella actuación que calificaba como un acto de sinceridad completa del líder de Travis.
Al poco tiempo de salir juntos, Nuria me preguntó qué criterio seguía a la hora de valorar a una banda o un solista, tema recurrente (ayer, hoy y siempre, como el lector podrá comprobar) en muchas de mis conversaciones. Tras meditarlo apenas un momento, le contesté: «la sinceridad». Evidentemente, la siguiente pregunta surge casi de inmediato: «¿Y qué entiendes tú por un ‘artista sincero’?»