Recién acabo de pasar la última página de la autobiografía de Mark Oliver Everett, publicada originalmente en 2007; unos cinco discos atrás, que se dice pronto. Aquí llegó con sólo tres discos de desfase.
Cómo la he disfrutado.
No, desde luego, por la retahíla de desgracias que ha sufrido Mr E a lo largo de su vida (que no se la desearía a nadie), sino por una conexión poco frecuente en intensidad, como si estuviésemos enlazados por ese extraño vínculo que dicen que tienen los gemelos. O como si estuviese narrando desde dentro de mi cabeza.
Y nada, que no consigo mantener ningún tipo de periodicidad en el blog. Y me dejo sin comentar un montón de cosas de las que quisiera dejar constancia. En fin, the modern things, que cantara Björk. Bueno, no exactamente, y ni la mitad de inquietante que nuestra querida islandesa.
Pero no quiero dejar escapar la ocasión de comentar, ni que sea a vuelapluma, una de las experiencias más bonitas/desgarradoras/bonitas del verano: el concierto de Eels en el Teatre Grec. Le leí a alguien, no recuerdo a quién, que el Grec es un escenario antipático y completamente inadecuado para conciertos. No sólo no opino lo mismo, sino todo lo contrario. Vale que la herida infligida en el costado de Montjuïc no resuena con las sandalias de los romanos sino de los picos de los trabajadores venidos de toda España para la Exposició Universal, pero aun así el empaque mágico del auditorio es sencillamente eso: mágico. Un lugar para que las letras de Mark Oliver Everett desnuden su amargura sin paliativos. De corazón (de looser, como se reconoció) a corazón.
El formato semiacústico, que tan de perlas iba con su nuevo trabajo, se conjugó con el lugar y el ambiente. Vale, rectifico: quizá el Grec no sea el lugar para presentar, no sé, el anterior Wonderful, Glorious, quizá el Grec sea más adecuado para el recogimiento, la sutileza, el virtuosismo y la delicadeza.
Reconozco que a mí me faltó el Agatha Chang, pero el setlist fue de los más equilibrados que he oído en cualquier artista. Un artista, Mr E, que puede prescindir de sus clásicos porque soltura y desparpajo no le falta a la hora de actuar. De ahí los dos bises. De ahí la ovación.