Otra primavera más, otro Primavera Sound. El tercero consecutivo. ¿Iré a los siguientes? Ojalá. ¡Que los 40 que se avecinan no son ná! (Me refiero a la edad, clarostá, no a la cadena mierdimusical.) (#jóvenesdecorazón.)
Empezaré por el final, por las conclusiones. En comparación con ediciones anteriores he echado de menos nuevos «descubrimientos» (ya fuera de nuevos grupos, como los taberneros Titus Andronicus, o de desconocidos para este ignorante que escribe, como los cerebrales Yo La Tengo); por otra parte, fueron cinco días intensos, muy intensos; escuchar «Common People» en directo por primera vez, añadido al impacto emocional de la dedicatoria a los indignados apaleados por los perros de Felip Puig esa mañana es de aquellos momentos que quedan grabados a fuego en el recuerdo; rendirse a PJ Harvey, hierática pero terriblemente magnética, como un marinero sucumbe al canto de las sirenas; y, sobre todo, disfrutar del festival en buena compañía, tanto los que compartimos todo el festival, algunas jornadas, algunos conciertos, o con amigos que nos vimos fugazmente (sí, Carlos, me arrepiento de no haber visto Explosions in the Sky, que sé que hicieron un concierto cojonudo; ya me dejo recomendar en el Sónar 😉 ).
El PS11 también será recordado, por los siglos de los siglos, por el tremendo #fail de la tarjeta monedero, aparte de la polémica con la final de la Champions (cuyos goles aún no he visto); también se recordará por el kilómetro de distancia entre los escenarios Pitchfork y Llevant, las colas para todo, la proporción de guiris… Por mi parte, pondría en el otro platillo de la balanza la exhaustiva programación (aunque nos sumió a más de un melómano a la desesperación y al lamento por no poseer el don de la ubicuidad) y su afán de acercar la música independiente a la ciudad, y de hacer del Festival un evento integrador donde la ciudadanía se involucre. Lástima no disponer de tiempo ni de vivir en la ciudad para asistir a los conciertos gratuitos del ciclo Primavera a la Ciutat o a los showcases en la sala Apolo.
Vayamos por faena, antes de que la memoria desfallezca. Miércoles, 25 de mayo. Con la pulsera ya en la muñeca, canjeada un par de días atrás en la sala Apolo, el Eterno Aprendiz sale del trabajo a su hora, se coje el Bicing, se llega hasta plaza Espanya y, una vez ha dejado la bici en la estación, sigue a la tropa indietrendy por la cuesta de Marquès de Comillas hasta el Poble Espanyol, recinto que recupera la organización en un homenaje a su primera época, de cuando la gente se quedaba encallada en sus calles tipicotópicas retrodesarrollistas, en una jornada previa al inicio oficial del Festival. El tiempo presagiaba un verano que parecía precoz pero que ha sido más bien fugaz. Pero allí que va el Eterno Aprendiz a hacerse con un sitio tranquilo mientras espera a dos de los sospechosos habituales en un marco incomp… eh… en la plaza Mayor, presidida por un escenario y flanqueada por un par de barras que, aquel día, funcionaban sin mayores problemas.
Llegué a tiempo de ver tres canciones de Las Robertas. Power pop muy deudor de Pixies y Sonic Youth, pero desganado. Esperemos que, ya en el Fòrum, tuviesen un poco más rodado ese directo. Competentes, por lo menos.
El ambiente entre el público, a eso de las siete de la tarde, era como el de las copas previas a salir de fiesta: mucha gente sentada en el suelo de plaza, haciendo tiempo para el plato fuerte de la noche, y muy poco agobio, aunque el caudal de entrada empezaba a aumentar, y las dimensiones del recinto presagiaban…
Anna se unió a esta Alegre Compañía en los primeros compases de uno de los grupos que esperaba este año: Comet Gain. Un grupo con buenas melodías, pero un poco aturullados y con un sonido deslavazado, no sé si a propósito, si porque le tocaron unos técnicos de sonido que ya estaban borrachos, o por carencias propias que, seguro, limarán con el tiempo. Divertidos.
… ¿Dije que sin agobios? En cierto modo era cierto: Anna y yo vimos el final de Comet Gain en la balconada de la derecha de la plaza, sin apretujones ni excesivo calor humano. Pero Roque, quien tenía que completar la Alegre Compañía esa jornada se encontró con que habían cerrado el acceso porque el aforo se había completado para la actuación de Echo & the Bunnymen.
Los de Liverpool dejaron patente que el sonido deficiente de Comet Gain no se debía ni al recinto ni al equipo. Perfectamente engrasados, interpretaron sus primeros dos discos con rotunda profesionalidad. Un sonido denso, lleno de aristas, poco amable… Y lo siento por sus fans: yo soy más de Joy Division. Quiero decir: bien, pero no me emocionaron.
La Alegre Compañía se reunió por fin antes de los bises de los Bunnymen, y disfrutamos de lo lindo de Caribou. Quédense con este nombre, y si pueden acérquense a verlos. Toda una gozada: el batería en primer plano, rodeado por el bajo, guitarra y teclados, ritmos exuberantes, loops tocados en vivo, denso, orgánico, y la melodía mostrándose y amagándose por entre el tapiz. No fue perfecto (como dice Anna, el cantante necesita mejorar, y en ocasiones el ruido ahogaba el sonido), pero muy energéticos.
Se nos hizo corto, pero quedaban por delante tres días de festival más el cierre, de nuevo en el Poble Espanyol. Así que empezó la búsqueda de un autobús urbano nocturno que tuviese a bien parar y alojar a los indies despistaos que abarrotaban las paradas, y poder tomar el interurbano en dirección Cerdanyola. No fue tarea fácil, no.