Crónica sentimental del Primavera Sound 2018. Miércoles, 30 de mayo del 2018

Sí, lo siento, la vida no da para más; o, más bien, no soy capaz de organizarla de forma eficiente como para dar salida a cienes y cienes de proyectos, ni qué decir del blog.

Pero, oye, que la semana pasada asistí a la edición del 2018 del Primavera Sound (y van…), y con todo lo criticable que tiene (que es mucho y diverso, pero se lo dejo a otras voces que hablan con mucho más conocimiento de causa), sigue siendo uno de los momentos más esperados del año por quien estas líneas escribe. Por un lado, y por encima de todo, por poder compartirlo con amigos tan geniales. Después tenemos la música y lo que comporta: el ritmo, la melodía, la magia y la poesía. Vale, también las aglomeraciones y las colas para casi todo, pero en el balance definitivo merece la pena.

Ha sido una edición con cabezas de cartel de relumbrón pero muy pocas sorpresas, lo que me ha permitido ir muy relajado. Tenía claro los cuatro artistas que no me quería perder bajo ningún concepto: María Arnal i Marcel Bagès, Spiritualized (en la jornada inaugural semigratuita del miércoles), Björk y Nick Cave and the Bad Seeds (el jueves); el resto, pues con la calma.

Y si hubiese echado el cierre al festival tras la jornada del jueves, yo me hubiese dado más que satisfecho.

Continuar leyendo «Crónica sentimental del Primavera Sound 2018. Miércoles, 30 de mayo del 2018»

Anuncio publicitario

Cíclopes en los ombligos: Maria Arnal i Marcel Bagés, Teatre Tívoli, 2 de marzo del 2018

Ya hace tiempo que no escribo una crónica de conciertos. Que tampoco es que fuesen nada del otro mundo, otra más de esas aficiones con un toque de amateur con ínfulas. Pero qué queréis que os diga: para este caso, tanto mejor: con Maria Arnal i Marcel Bagés me veo incapaz de apartar sensaciones y sentimientos e intentar abordar un análisis sesudo, ceñudo, analítico (valga la redundancia) y cartesiano. ¿Y desapasionado? Je. Imposible.

Porque precisamente pasión sería una de las palabras que definirían la esencia este dúo. El pilar, el centro neurálgico, el alma de la que brota un cancionero que sabe a verdad, a sabiduría, capaz de conectar forma musical y fondo poético con el yo más íntimo de los asistentes, como si abriesen un portal dimensional directamente en las entrañas. Verdad sería otro concepto que se antoja consustancial a sus canciones: por la composición, por el contenido (valiente, comprometido, pero además bello como pocas letras hoy en día) y, volviendo al primer punto, por la pasión en interpretación. Porque la pasión siempre está presente, porque no se toma ningún descanso, no hay relleno, no hay trampa ni cartón, no hay impostura. Qué va, al contrario: aquí la impostura no tiene cabida. Es un diálogo de tú a tú, una revelación expresada con una guitarra, una voz, unos versos y una convicción imbatible en su pureza. La experiencia de verlos en un teatro a oscuras, silencio respetuoso, contraluz contra una pantalla rojo sangre, el rasgado de la guitarra brava y la voz de Maria, y no solo la voz, el lenguaje corporal, la presencia escénica, el arranque con «45 cerebros y 1 corazón», el desgarro, la profundidad… y después, la explicación del contexto y la reivindicación de la memoria histórica, la historia de la fosa común de La Pedraja, estableció las coordenadas del concierto.

La música popular como arma reivindicativa para tiempos convulsos. Demos gracias que la derecha, y sobre todo la derechona, no entiende una puñetera metáfora.

Pero ojo, no os creáis que estamos ante un grupo con un mensaje abiertamente político. O, lo que sería lo mismo, una simplificación a un ámbito determinado, a la política tal como la entendemos habitualmente: una sección del periódico, una actividad separada (por arriba) de la vida cotidiana (aunque bien que nos la joden). No, la reivindicación es total: la reivindicación del deseo, del espacio vital, de la vida, del sí, como en «A la vida»; de la libertad a nivel individual y colectivo, contra la sumisión y la rendición. Y por eso es más profundamente político que no los lemas metidos a calzador en canciones de otros. La exuberancia de la poesía (y del deseo) siempre es más sugerente (y peligroso) que las arengas. Es multifacética, sugerente y reticular. Más rica. Y capaz de aflorar conciencias y sensaciones.

Como me imaginaba, al final me he salido de guion y, más que contar el concierto, estoy intentando plasmar las sensaciones y el impacto de un espectáculo que, en lo escénico, fue sobrio. Sobrio y certero. Pantalla blanca al fondo, juego de luces sobrio, funcional, acertado. Maria y Marcel ocupando el espacio escénico con la naturalidad de dos músicos que se suben a un tablao, con la ayuda de David Soler en la segunda guitarra en el segundo tramo del concierto y una participación en diferido del Niño de Elche. Desgranaron el disco y algunas de las canciones de los EPs anteriores, y una estreno, «Big Data», de donde he sacado la metáfora que encabeza el título.

Porque, ¡ay, esas metáforas! Pocas veces me han cautivado las letras tanto en un directo como el de ayer. La capacidad evocativa de «Canción total» o «45 cerebros y 1 corazón» es capaz de transportarnos más allá del local y de interpelarnos directamente, pero la exuberancia y la pasión de «Jo no canto per la veu», «A la vida» o «No he desitjat cap cos com el teu», con ese final abrupto, son superlativos, pulsan tantos resortes que uno ya no sabe cómo mantenerse sentado en el patio de butacas.

Y así acabé. Incapaz de jalearlos por el nudo que tenía en la garganta. Risas y lágrimas todo junto. Quizá haya sido el concierto del año, y eso que aún estamos en febrero. Pero veo difícil que ningún otro artista sea capaz de superarlo.