Así he vuelto de la representación de Romeu i Julieta en La Seca / Espai Brossa. Y es que, a poco que mimes un Shakespeare, tendrás una representación divertida, emocionante y rica en matices. Tanto da si eres purista o si adaptas. Mentira: mejor cuanto más y mejor lo adaptas, siempre que seas fiel al espíritu del texto. Que no necesariamente al texto. Porque es señal de que lo has entendido (o, al menos, has aprehendido el texto y tienes una lectura en sintonía con la del autor y la de tus circunstancias) y podrás ofrecer algo muy, muy rico. No como en el TNC…
No voy a decir nada nuevo; tengo que darle la razón al Time Out: todos los caminos llevan a Shakespeare.
Shaking Shakespeare, un musical para cincuenta afortunados asistentes cada noche, prorrogado durante cinco improrrogables días. A vosotros os quedan cuatro si queréis pasar un rato divertido, tierno y emocionante. Sí, un musical, en el que Will, el Bardo, hace de nexo sentimental, más que argumental, entre los números musicales, que abarcan desde extractos de ópera sacados de Macbeth y Otelo (brrrutalll la interpretación del tenor Josep Fadó) hasta números musicales de Cole Porter, West Side Story y El Rey León, a las voces y coreografía de The Hanfris Quartet y The Sing Song Sisters. Porque, sin lugar a dudas, la sombra de Shakespeare resuena en las historias más arquetípicas de la cultura popular. Id con la mente y, sobre todo, con los oídos muy abiertos; la trama no se explica, sólo se siente.
Y, como dice Will al principio, reiréis, os emocionaréis, lloraréis… Y, en mi caso, me ha recordado que West Side Story sigue siendo una de mis películas favoritas.
Lo mejor, insisto: dejarse llevar y descubrir el espíritu de Shakespeare en la música.
Pues eso que dices que un Shakespeare, en el Teatre Nacional de Catalunya, no puede estar mal, ¿verdad? Un Shakespeare es un Shakespeare, y muy mal se tiene que llevar a escena para que te lleves un chasco.
Pues bien, El somni d’una nit d’estiu, en dirección de Joan Ollé, y representado de noviembre a enero, fue un chasco. Por mucho que la prensa oficial se empeñe en sacar petróleo a base de fracking periodístico.
Regreso del teatro, el reinaugurado Barts (antiguo Artèria Paral·lel, aka el teatro de la SGAE), completamente entusiasmado. Había escuchado buenas críticas de este Enrique VIII, pero tras el fiasco de La vida es sueño por «toda» una Compañía Nacional de Teatro, uno empieza a temer que prestigio, fama y buena interpretación no vayan de la mano.
Enrique VIII, compañía Rakatá
Este no es el caso. Contando con una escenografía limitada y excelentemente aprovechada, Enrique VIII es todo dinamismo. Pero, aunque el uso inteligente de los elementos escénicos pueda favorecer o entorpecer la obra, sin lugar a dudas el peso recae en la dirección y en lo que más se ve, la actuación. Sí, perogrullada, lo sé. Pero cuando los actores son capaces de transmitir la pasión en un el texto tan sutil y complicado, los elogios se quedan cortos. Véanse, si no, las reseñas de El Diario Vasco yEl País.
Si me dijesen que destacase alguna actuación, sin duda sería la de Catalina de Aragón, cuya resistencia a dejarse llevar por el juego de intereses de la corte inglesa la lleva a convertirse en una marginada, ahondando en la figura de la extranjera. Extranjera que, sin embargo, demuestra ser más honorable que el resto. A destacar también la evolución de Enrique VIII, cuyo tránsito a soberano gobernado por la pasión no cae en el histrionismo, y consigue mantener las riendas de un personaje difícil. El cardenal Wolsey, Buckingham, Northfolk… Una gozada de obra, de verdad. En cartel hasta el 24 de marzo en Barcelona. Después girará por Murcia, Bilbao, Zaragoza y Valencia. Así que háganse un favor y consigan una entrada.