Apenas cuatro horas después el personal ya estaba de pie (bueno, o escarxofat en la mesa de la terraza, o tirado en el césped de la piscina), conjurándonos a dormir más y mejor las siguientes noches, que se preveían iban a ser intensas. Nunca nos imaginamos cuánto.
El día anterior descubrimos que en la tienda de conveniencia de la calle de atrás hacían pollos a l’ast: un paseíto, un pollo para el apartamento, unas cervezas, un chapuzón, y con el camino aprendido, otro paseíto hasta el recinto.
Llegamos a tiempo de ver una parte de la actuación de Atom Rhumba en el Maravillas: sonido rock setentero medio mestizado, mucha actitud (pose keithrichardiana-chulesca-castiza) y bastante anarquía escénica. Pero para lo importante, desamodorrar al personal a las 19:00h mientras te tomas unas cervezas y tuiteas con fruición sentado en la «platea», o charlas un rato con amigos de lugares lejanos (bueno, vale, de Madrid, a tiro de depilfAVE) que ves sólo de festival en festival, eran perfectos.
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