La danza es una de las artes más difíciles para este eterno aprendiz: un arte para el que hay que apagar muchos interruptores y dejarse llevar más que en cualquier otra.
Pero si uno tiene la suerte de contar con amigos que, aparte de tener una cultura vastísima, trabajan en el montaje de la obra, la conversación posterior acaba siento tremendamente enriquecedora y esclarecedora.
L’esperança de vida d’una llebre refleja en una serie de espacios (el hogar, el aire libre, el bosque) los espacios interiores en los que uno se encuentra con fantasmas de sí mismo. El cazador y la presa intercambian los papeles: el yo, la culpa, los remordimientos, el amor, la pérdida… Sin explicaciones obvias, evidentemente, porque no se trata de eso.
Una obra muy poética, con una estructura muy cercana al teatro (y, por tanto, más asequible para los que somos legos en la danza) con un trabajo de interpretación soberbio. Resulta fascinante comprobar cómo el texto se puede interpretar, más allá de las palabras, con el movimiento, y que este defina perfectamente el espacio simbólico y físico, yendo de uno al otro con precisión.
No sé si se volverá a representar en algún espacio de aquí al futuro, y lamento reseñarlo tan tarde, pero si podéis, seguid a la compañía por las redes y, si se da la ocasión, no os los perdáis.