¿Ironía o estupidez?

Recibo la siguiente carta de mi entidad bancaria (faltas gramaticales incluidas):

Estimado Sr. Vidal:

Nos ponemos en contacto con usted para comunicarle que como consecuencia de la Ley 10/2010 de 29 de abril, de Prevención de Blanqueo de Capitales y de la financiación del terrorismo, las entidades financieras nos vemos obligadas a conservar en nuestros archivos una copia de la documentación acreditativa de la identidad y actividad profesional o empresarial de nuestros clientes, actualizada y en soporte óptico o digital. El incumplimiento de este requerimiento legal, nos obliga a limitar la operatividad de las cuentas que carezcan de dicho documento.

Pues que estamos en Españistán, animo a los lectores a leer el cómic de Aleix Saló; así esta entrada serviría para algo que merezca la pena.
Españistán

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Un tumulto solitario

Me temo que los hechos que comento son mucho más habitual de lo que a muchos nos gustaría.

Lunes por la mañana, a eso de las 8.30h, en el andén 2 de la estación de Cercanías de Arc de Triomf. Camino del curro. Sobado, como todas las mañanas; y es que está visto que mi hábitat natural está bajo las sábanas. Resignado (e, insisto, muy sobado, cosa que hace que me importe más bien poco), me aborrego en el estrecho andén en dirección a la salida provisional.

Arc de Triomf es una de las estaciones más antiguas. Corrijo: es una de las estaciones con más aspecto de antigualla de toda la red. Una bóveda de cañón tan estrecha y mal iluminada que asemeja una cripta o unas catacumbas, aquejada crónicamente de humedades, andenes esmirriados y, lo peor de todo, bastante profunda y con accesos exclusivamente por escaleras. Ni un ascensor, ni una rampa. Escaleras. Desde hace un año y pico está de obras (además) para hacer de ella un intercambiador accesible para todo el mundo. Mientras tanto, nadie nos libra de esos sesenta y pico escalones (el último tramo, por fin, con una escalera mecánica).

Si las escaleras ya eran insuficientes (por su incomodidad y su estrechez), ahora la acumulación en hora punta es asfixiante. La salida del lado oeste (al paseo de Sant Joan) están cerradas, y se ha habilitado una única salida común a los dos andenes de Renfe y los dos del Metro, que se tapona en cuanto llega un convoy de Renfe. Ni os cuento cuando coincide con alguno del Metro.

A lo que iba: lunes por la mañana, al pie del primer tramo de escalera, a paso de costalero, y justo enfrente mío una joven con un carro de bebé se prepara para coger el carro a pulso mientras la gente la rodea y la deja atrás. Me acerco a ella y tiene lugar la siguiente conversación:

Yo: -¿Te ayudo a subir el carro? -Pregunta estúpida donde las haya; la mujer no es muy alta ni tiene pinta de tener una complexión atlética.
Ella: -Sí, muchas gracias, me vendría muy bien. -Se hace a un lado y sujeta el lado izquierdo del carro. Yo me agacho y agarro el armazón por el lado derecho-. Todas las mañanas lo subo yo sola.
Yo: Miro alrededor e inicio una conversación intrascendente sobre las obras y los futuros ascensores para mitigar la vergüenza ajena que me da ver cómo la gente pasa de todo. Todas las mañanas, en hora punta, y sube sola todas las putas mañanas el carro por las escaleras, evitando que ni la arrollen los que suben ni que la empujen los pocos que se atreven a bajar contracorriente. ¡Tan difícil y tan pesado no es ayudar a subir un carro, coño ya!

Doblepensar, doblentradas, doblestafa

AC/DC no han sido nunca santo de mi devoción, pero ¡qué caramba!, son un grupo mítico. Igual el Black Ice World Tour puede que sea la última ocasión de disfrutarlos en directo.

¿Quién se iba a pensar que, en cuatro horas, iban a agotar todo el papel para sus conciertos en España? Bueno, Gamerco, que las ponía a la venta a través de la red de cajeros multiexpendedores ServiCaixa. Porque con la experiencia que llevamos últimamente (U2, Madonna, Bruce Springsteen, Björk…, joé, ¡si hasta Héroes del Silencio agota en horas!) sería un pelín ingenuo suponer que no va haber una avalancha de compradores que vayan a colapsar el servicio. Pero ya estamos acostumbrados: como en este país ni tenemos una banda ancha decente, ni una infraestructura adecuada, ni nos quejamos cuando nos pasan estas cosas…

De la noticia que apareció ayer en la prensa, me quedo con la siguiente frase (fuente El Periódico):

Fuentes tanto de ServiCaixa como de Gamerco apuntaron que atender a una demanda tan alta era imposible, aunque aseguraron que el sistema funcionó correctamente.

Ni el mejor Orwell, mirusté. Digo yo que, si atender la demanda era imposible, el sistema entonces no funcionó correctamente. Un funcionamiento correcto implica un servicio correcto y fluido hasta que se agotan las entradas. Si los cajeros se colgaban, si los servidores estaban sobresaturados, si se excedió el ancho de banda, el funcionamiento no es correcto. Un servicio por el que, por cierto, se desglosa unos gastos de gestión sobre el valor de la entrada que ronda unos seis euros. Seguro que ni a los que se tiraron cuatro horas delante de la pantalla y consiguieron la entrada a última hora pagarían 6 euros al acomodador de un cine al que no le funciona la linterna y los conduce a través del sistema de aire acondicionado, la sala de máquinas, los baños y la trastienda de las chuches para decirles, una vez los sienta en un sitio que ni siquiera era el suyo a mitad de proyección, que su sistema de localización de asientos funciona correctamente. Valiente caradura. Con este servicio de venta de entradas, más valdría volver a los talonarios y las colas ante las tiendas de discos (ay, no, que ya sólo queda la Fnac…)

En fin, felicidades para los que conseguisteis entradas. Porque para unos cuantos, para escuchar el Highway to Hell han tenido que sufrir todo un calvario…

Pintan bastos, y reciben los mismos


La crisis está aquí, y ha venido para quedarse. O eso apuntan los más agoreros y/o alarmistas (con los medios de comunicación que nos hemos ganado, no veo yo mucha diferencia).

El refranero popular es una fuente inagotable de dichos, valga la rebuznancia, populares. Una de ellas, que ilustra lo que quiero comentar, es aquella de que, cuando se hunde el barco, las ratas huyen primero. O algo así. No estoy muy puesto en el refranero, lo reconozco. Hoy, el partido que parecía huir de propuestas populistas (no sé por qué me persiguen los adjetivos derivados del latín populus en materia social… eh… uh…, rectifico, que acabo de acordarme de los 400 euros de «regalo» por votarlos… El partido que parecía huir de medidas populistas en materia de inmigración hoy pega un vuelco y, aprovechando el miedo a la crisis, pega el portazo a la inmigración. La «legal», se entiende.

(«Santiago y cierra España», le faltó decir.)

A poco que uno piense, se da cuenta de:

1) Le arrebata, en el momento adecuado, esta arma electoral (la del miedo a los foráneos) a los populares (populus, populi);
2) Además, deja a los partidos a su izquierda (un territorio que queda cada día más amplio, a juzgar por los derroteros sarkozianos que está tomando el gobierno de ZP) en terreno enfangado, porque si un partido nominalmente socialista y obrero argumenta que, ante el paro rampante, los españoles van primero, ¿quién se lo va a rebatir?

Pero claro, a uno le da cierta grima que, tras un año aproximadamente de cantar que viene el lobo (léase la crisis), esta medida vaya a aportar algo. Porque, en caso de que usted o yo nos quedemos en el paro, y no procedamos de la hostelería, la construcción o la limpieza, ¿aceptaríamos un trabajo precario en estos ramos? Sí, usted, el profesional de la arquitectura, o de la informática, ¿se ve amenazado por hordas indias, magrebís o chinas? Porque esta es la lectura que, si uno no se esfuerza en discriminar, parece desprenderse de las palabras de Corbacho (el Celestino, el ministro, no el José, aunque sean de la misma ciudad).

Las causas de las crisis parecen bastante más complicadas que una hipotética saturación del mercado laboral del país; algo que, en situaciones de bonanza, es en sí un oxímoron, como creo (y si me equivoco, dejo a historiadores y sociólogos que me ilustren) que ocurrió en Cataluña, Madrid y Euskadi entre los decenios de los años cincuenta a los setenta.

Sin embargo, a los políticos de barra de bar y tertulianos de sofá no nos va eso de analizar la situación socioeconómica del país con profundidad: no lo hacen los políticos, lo vamos a hacer nosotros, que recogemos sólo las migajas ideológicas que en forma de titulares nos van soltando a través de los medios amigos, o convenientemente tergiversadas (que tampoco es tan difícil) por los hostiles.

Dice Juan Varela:

Pero es más fácil gritar los españoles primero y olvidarse de las ingratas tareas de regular mejor el mercado laboral, aumentar la inspección, flexibilizar la contratación para mejorar la calidad y posibilidad de nuevos empleos en lugar de rebajar siempre cotizaciones y salarios, y educar a los españoles en las consecuencias irreversibles de la globalización y el desarrollo económico.
El mercado laboral es internacional, no local, y los hijos del estado del bienestar están ubicados en las partes altas de la pirámide laboral y social. O son capaces de encontrar trabajos de mayor calidad por su educación y especialización o deben competir con las nuevas clases trabajadoras que surgen de una inmigración que siempre, siempre, es sinónimo de riqueza.
Porque esa es la otra cara de la inmigración. Obedece tanto a las duras reglas del mercado que se frena cuando no hay trabajo y aumenta cuando una economía crece.
Con la única excepción de la inmigración de la desesperación. La que muere todos los días en las costas de África y España antes de malvivir en sus países.


Quizá la depuración de un mercado que ha vivido del pelotazo del ladrillo durante tanto tiempo (y que ha hecho oídos sordos durante ese tiempo y más a las voces que advertían del santo fostión que nos esperaba), que ha dilapidado las ayudas comunitarias (¿alguien dijo lino), que ha descuidado la formación, el I+D y que ha permitido un desequilibro tan radical en sus territorios (no, no estoy haciendo coña con las reivindicaciones de Cataluña y Extremadura: las ayudas comunitarias y los fondos de cohesión estaban, se supone, para que todos viviésemos bien, ¿no?) habría desactivado propuestas tan lamentablemente demagógicas y populistas, haciendo que quien las verbaliza se ruborizase hasta las cachas ante las risotadas del respetable.

Pero, claro, eso exige un esfuerzo. Empezando por la clase política y acabando por nosotros mismos, hijos catódicos del tomate y el fútbol. Panem et circenses, populi.

Centrifugando (o sea, a vueltas con el agua)

Como bien apunta Manu, Aigües de Barcelona subirá el precio del agua, a causa de la falta de liquidez (jaja) causada por el aumento del ahorro del consumo por parte de los ciudadanos, solicitada (casi exigida, que ya me parece bien, con una penalización por el derroche de agua) a causa de la sequía que amenazó el suministro de agua en el Àrea Metropolitana (y con unos efectos colaterales yo diría que peores: el descenso del caudal de la cuenca del Ter, la batalla demagógica para impulsar la mierda del Plan Hidrológico Nacional, como siempre tirando de tópicos y de nacionalismos de todo pelaje…).

Hablando de demagogia, voy a hacer uso de un poquito de ella, ya que: 1) no soy periodista; 2) con el calor no tengo ganas de investigar; 3) a pesar de las vacaciones, tampoco dispongo de tanto tiempo que perder; 4) el calor me produce una mala leche acojonante. Allá donde haya un dato erróneo, impreciso o incompleto, dejo a la buena voluntad del lector su corrección. Así como que me demostréis que estoy meando fuera de tiesto. Como digo, es, simplemente, una rabieta veraniega de consumidor apaleado además de corneado.

Este razonamiento se podría aplicar también a otros servicios, aunque el caso del agua es más sangrante: podemos pasar, si nos proponemos, de luz y de telefonía, pero a menos que tengamos un terreno y un acuífero del que echar mano, no darse de alta del suministro de agua puede tener unos efectos perjudiciales:

1) a nivel social: al quinto día sin ducha, creo que hasta los amigos del alma huirían de tu presencia;
2) a nivel de salud: vale que se puede comprar agua mineral en el súper, pero supongamos que usas el agua del grifo por lo menos para el puchero y para lavar los platos.

Estaremos de acuerdo en que el agua es un bien primordial. Un derecho que no se le puede negar a ningún ciudadano.

Durante un tiempo, las empresas encargadas del suministro (y aquí es donde no estoy seguro) dependían del Estado, ya fuese porque eran empresas públicas, o bien porque, dada su naturaleza, su actividad estaba regulada.

Llegó una época en que las empresas y los servicios públicos se privatizaron (como pasó con Telefónica, Iberia, Endesa, etc.).

Como empresas privadas, su actividad se encamina a conseguir beneficios. Es lo que tiene el capitalismo. No voy a dar juicios de valor sobre el asunto.

Pero sucede que, por lo que yo sé, y corregidme si me equivoco, en el Àrea Metropolitana no tienes más opciones para acceder al bien primordial llamado suministro de agua que a Aigües de Barcelona, propiedad del Grupo Agbar.

Grupo que cuenta con más de un centenar de empresas. Aparte de inversiones, prestación de otros servicios y demás.

Por tanto, como ciudadano del Àrea Metropolitana que quiere beber, comer y ducharse y no tiene para abrirse un pozo, me veo obligado a pagar las inversiones de un holding empresarial en vaya usted a saber qué negocios. ¿Y cómo me lo pagan? Subiéndome las tarifas del agua cuando los beneficios para seguir con sus negocios, más allá del suministro del bien básico que debería tener garantizado, descienden porque, por una vez, nos preocupamos por asegurarnos el suministro y por cuidar un poquito, un poquito, el medio ambiente.

Si quieres agua, finánciame mis beneficios y mis inversiones.

¿Se puede saber qué mierda de razonamiento es este?

Foteu lo camp!

Estuvimos durante la segunda semana de agosto en la hermosa Vall d’Àneu disfrutando, como muchos otros pixapins durante las vacaciones estivales, de aquello que se ha venido a denominar deportes de aventura. (En invierno llega la temporada alta de verdad, colgando el letrero de «completo» por la afluencia de esquiadores.)

Al llegar a Llavorsí, donde habíamos alquilado un par de apartamentos para los ocho urbanitas que subíamos desde el Vallès, aparcamos justo delante de este letrero.

(Foteu lo camp: expresión soez y divertida, derivado del verbo fotre, una especie de comodín cuya primera acepción es «follar», y escrita en catalán occidental, donde en vez del artículo masculino del estándar el se usa lo. La traducción más aproximada sería algo así como iros a tomalpolculo, más finamente largo.)

Así que, de valles pirenaicos que conservan sus tradiciones, nada de nada: la especulación inmobiliaria se esparce por todos los resquicios del territorio. Aquí arriba, más o menos camuflados con fachadas de piedra pero, ya os lo digo, el interior no tiene nada que ver con esas paredes recias, sino con los mismos tabiques de hoja de papel a los que estamos acostumbrados en las ciudades.

En Sort, capital de la comarca (Pallars Sobirà), nos encontramos también con este cartel:

Además de las constantes e insidiosas amenazas a la morfología urbana y paisajística, el aluvión de visitantes debe tener a los habitantes de la Vall contentos contentos.

En fin, espero no haberlos molestado mucho. Y sí, el agua de la Noguera Pallaresa, incluso en pleno verano, está helada 🙂

¿A que parece como si llevase haciendo ráfting toda la vida?