Música en época de pandemia

Una reflexión en Facebook que acaba en el blog. Camino inverso al habitual. Vuelvo a escribir. Todo bien.

Se cierra el telón de la sala Barts sin una fecha de apertura a la vista © 2020, Álex Vidal.

Tengo que admitirlo: aparte del poco tiempo que dispongo para mí mismo, este acaba fragmentado en una miríada de pequeñeces que, muchas de las veces, poco aportan. Y escribir en el blog ha sido una de las costumbres (bueno, costumbre, como si alguna vez hubiese vivido cierta regularidad…) más afectadas. O la que más.

Por suerte, durante el confinamiento hard de la primavera, retomé, gracias a un par de buenas amigas, el hábito de escribir, (consejo: si os interesa, objectwriting.com es una excelente página para adquirir el hábito: 10 minutos al día, la primera actividad por la mañana, sin atender ni a ortografía ni a gramática —vale, yo sí que lo hago; vivo de ello—; y, a la vez, para encontrar esa voz propia, tan difícil a veces cuando te empeñas en escribir algo «literario»), aparte de mantener, también casi a diario, un (valga la rebuznancia) diario. Con el hábito, entre los ejercicios, las ideas que me asaltan de vez en cuando y el diario personal, recuperé el gusto por la escritura, una fiel compañera durante muchos años y a la que había olvidado. La sensación, ahora mismo, es muy cercana a la de plenitud. Sí, mirad, si lo escribo con una sonrisa en los labios 🙂

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2018 (1.ª parte)

Foto destacada: © 2018, Ana Lorite

Otro año más. No sé siquiera si me he acercado al blog; me da entre pereza y vergüencita consultar las estadísticas, jeje. Ha sido un año intenso en muchos sentidos: mucha música, como veréis a continuación; bastante teatro, un poco más de soltura (aunque sigo desesperando a mis profes) con el bajo eléctrico y con el canto. Dos clubs de lectura y asistir, de vez en cuando, a un tercero. Quedar con los amigos de siempre y entablar nuevas amistades. Salir. Cantar el «Common People» hasta desgañitarme por la noche.

Como dice mi madre, si hay un terremoto, desde luego la casa no me va a caer encima.

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Descriminalización de la risa

Necesitaba desahogarme y, en vez de escribir un fútil estado en Facebook, he pensado que mejor hago una entrada (fútil, igualmente, pero más duradera) en el blog. Ya me disculparéis la falta de ilación en la argumentación, pero los que me conocéis ya sabéis que soy así de disperso y perezoso. Vamos p’allá.

Puedo entender el hartazgo que puede causar en la gente, por saturación, el meme del Tomasín y la amenaza de ISIS a Al-Andalus, digo España. Incluso que pueda parecer, a ojos de algunos, una banalización de la situación actual, dramática y complicada como, por otra parte, ha sido siempre la historia de la humanidad. Por una parte, ahora tenemos suficientes herramientas como para estar al día de casi cualquier cosa. Por otra, estamos sobresaturados. Pero este es otro tema que ahora no viene al caso.

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El eterno aprendiz (el que no lleva al día la agenda)

No era mi intención dejar este blog tan desatendido como durante este último año, pero las circunstancias así lo han querido. Dejando aparte las razones de nivel personal, que más que menos influido a nivel anímico, lo cierto es la falta de material en este espacio no se debe a que haya dejado de comentar libros, discos, conciertos y todas esos otros campos que tanto me gustan, sino que he estado produciendo material para otros sitios.

Así, además de llevar por sexto año consecutivo un club de lectura y colaborar por segundo año (bastante a saldo de mata; mil disculpas a mis compañeros) con Èsceptics al Pub, me veréis escribiendo con cierta frecuencia en Crazyminds. Noticias, reseñas de discos, de conciertos, y alguna que otra entrevista (que también entrego tarde y de aquella forma). Cuando puedo, intento ilustrarlas con fotos tomadas en directo.

Respecto a las reseñas literarias, la verdad es que también voy a lo loco: más o menos diez libros a la vez (cosa contraproducente; siempre acaban quedando abandonados), poco tiempo para plasmar mis ideas en negro sobre blanco (o bit sobre bit) y un montón de colaboraciones sin cumplir.

Pero de vez en cuando acabo algo, y ese algo te deja con una sensación de satisfacción, y te anima a seguir.

Así que ahí seguimos.

Y aquí os dejo lo último de lo que estoy medianamente contento: una entrevista a uno de los grupos más prometedores del indie pop inglés, Veronica Falls. Pasen y vean.

U2. From the Sky Down. O cómo avanzar a golpe de ruptura.

Si no lo sabéis, lo confesaré ya en la primera línea. Me gustan U2. Bastante. Cuando era adolescente y acababa de salir el The Joshua Tree me «convertí» a su «religión»; fue el primer grupo del que me hice medianamente coleccionista: conseguí todos los vinilos anteriores, me hice con unos cuantos singles del Rattle and Hum y The Joshua Tree, seguía su día a día a través de revistas y fanzines, hasta que en 1989 caí rendido al sonido más íntimo (que después me di cuenta que no) del Street Fighting Years de sus coetáneos, amigos y caídos en desgracia (por su propio peso, ojo) Simple Minds.

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De verdades objetivas, subjetivas y literarias

Esta mañana nos hemos quedado fascinados con la reposición, en el Canal 33, de la emisión de la entrevista, hecha en el programa Singulars, a José Luis Sampedro. Disponible en el servicio 3 a la carta aquí. O aquí mismo, si se inserta bien el vídeo:

http://www.tv3.cat/ria/players/3ac/i360/Main.swf
(Vaya, pues no se inserta como debería. Tendréis que pinchar en el link anterior hasta que entienda cómo funciona WordPress…)

De los conceptos que, con una lucidez envidiable, trata Sampedro, uno de los que más hondo me ha calado ha sido el de la verdad (a partir del minuto 25, aprox.). No porque sea más importante, o lo haya tratado con más profundidad que los otros, no, porque no hay ni una palabra superflua en todo el programa. Completamente admirable. Pero hablaba de la verdad. De cómo identificarla, reconocerla y no enmascararla, hacerle caso omiso o ni verla. Algo que, en la mente de un (educado en un título) científico y racional no cabe mucha duda, ni siquiera en el terreno tan aparentemente surrealista como la mecánica cuántica. Claro que diferencia la verdad objetiva (que es sobre la que estudié en la facultad, la del método científico) y la verdad de los ideales.

La idea científica de la verdad objetiva quede bastante clara con esta imagen, tomada ayer en el vestíbulo del CosmoCaixa:

Vestíbulo del CosmoCaixa, con las 30 ecuaciones fundamentales
Vestíbulo del CosmoCaixa, con las 30 ecuaciones fundamentales

Algunas ecuaciones con más detalles (y reconozco que me emocioné al ver la ecuación de ondas de Schrödinger ahí en primer plano, y la de la energía libre de Gibbs…):

Algunas ecuaciones en detalle
Cuántica, termodinámica, relatividad...

Una imagen para mí preciosa. Reconozco que me quedé maravillado, palplantat en el vestíbulo, repasando todas las ecuaciones. De verdad, hay algo maravilloso en ese bello resumen del Universo.

Hacía años que no visitaba el CosmoCaixa (el antiguo Museu de la Ciència), por cierto, y se nos pasaron 3 horas como si hubiese sido apenas media hora, y casi todo en la Sala de la Materia (ah, la física…). Total, que al final no vimos ni la mitad del museo, absorto como estaba con los experimentos sobre dinámica, ondas, óptica… Suerte que podemos entrar gratis y que repetiremos en breve.

Pero estábamos hablando de la verdad, de la verdad objetiva y de cómo, tal como explica Sampedro, es necesaria la educación para que la gente sepa elegir y tenga libertad de pensamiento: el puntal de la libertad, en el fondo. Aparte de lo comentado sobre las ecuaciones fundamentales, ¿a cuento de qué viene la visita al CosmoCaixa?

Pues por una anécdota que refleja cómo la base angular que da pie a esa verdad subjetiva y a la libertad está resquebrajada: la educación.

Porque los experimentos que se exponen en la Sala de la Materia está claramente orientado a hacer comprensibles fenómenos de la naturaleza que, explicados en clase de física, química, biología o cualquier otra ciencia resultan áridos (y mortalmente aburridos para los estudiantes). Los paneles informativos son sencillos y no entran en absoluto en explicaciones de nivel universitario.

Cuando ves a los chiquillos probando experimentos como el giróscopo, la sedimentación, el muro de hielo, y ves que sus padres les explican con sencillez cuál es el principio del experimento, uno ve un rayo de esperanza. Lo habitual era, por desgracia, a los chiquillos jugando con los experimentos (normal)… y a los padres que no entendían ni papa (no pun intended) y que dejaban patente su, digamos, orgullo por la ignorancia. Ni una mirada al panel informativo mientras preguntaban «y esto ¿qué coño es?». Pues hombre… ahí está el panel. Que no es tan difícil, joder.

Igual exijo mucho, pero ver a gente salir del CosmoCaixa con el mismo conocimiento que cuando entraron desmoraliza. Sign O’ the Times, que diría aquel.

Sin embargo, el esfuerzo para alcanzar la verdad ni es fácil ni garantiza nada. Porque vale, la verdad objetiva es mensurable, es aprehensible y todo lo que quieras, pero ¿y la otra? La de los ideales es con la que uno tiene que ser sincero, porque será la estructura que sostendrá sus decisiones. Importante tenerlo claro para no arrepentirse de las acciones que uno toma a lo largo de la vida. Y aun así, ¿quién no ha acabado en un callejón aparentemente sin salida, por muy clara que tenga su verdad subjetiva, sus ideales?

¿Y la verdad que no se razona, la de los sentimientos? Tenemos veintitantos siglos de literatura alimentándose de este motor de historias y generador de conflictos argumentales como para resolverlo en una entrada de un blog. Sólo cabe, pues, seguir añadiendo ladrillos (ladrillos… granos de arena, si acaso) a esos ventitantos siglos de tradición narrativa. Quizá no sirva para que nadie más encuentre el camino a su verdad, pero, como muchos otros, desde Philip K. Dick a Woody Allen (la razón por la que los admiro), me sirva para aclarar el mío.

Así que abrimos el Scrivener, y…

Philip K. Dick, androides y Portishead (previa del FIB 2011)

Uno de los temas recurrentes en las obras de Philip K. Dick era la empatía. Dado su peculiar estado mental (creo que era algún tipo de esquizofrenia, aunque os recomiendo los estudios de Pablo Capanna, o el número 39 de la revista Gigamesh, para saber más del autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y su fascinante obra), la ciencia ficción le proporcionó el arquetipo perfecto para simbolizar la falta de empatía: el androide, el arquetipo de lo no-humano entendido como un ser inteligente pero incapaz de interaccionar a nivel emocional; lo complementó con una variante: la copia, el replicante,  un androide que finge ser humano, o también un humano que pierde la empatía y, por tanto, su condición humana: un hombre más androide que humano, así a grandes rasgos.

Aunque Dick daba rienda a sus fobias, no deja de ser desasosegante pensar que algo de razón tenía. Total, quien más, quien menos, todos hemos conocido a alguien que era incapaz de comprender algunos, o todos, los sentimientos de una persona, de un colectivo o de todo hombre y mujer a su alrededor.

Más desasosegante es, sin embargo, sentir esa falta de empatía, esa desconexión emocional.

En mi caso, alguien a quien cierto profesor de literatura / autoconocimiento (yo estaba en el lado izquierdo de la barra, él en el derecho) dijo que era una persona «demasiado racional» y que no era capaz de conectar con el ámbito emocional más que cuando escribía con rabia, lo de verme como un androide… Lo reconozco, me vi así hasta los 22 años, cuando el primer hostión sentimental de verdad. Bueno, ahí también vi que lograba conectar con ese ámbito emocional mediante la rabia que fluía hacia el exterior.

¿»Demasiado racional»? ¿Que quería decir con eso? Creo que la incapacidad de hacerme mella apelando a mis debilidades. Recuerdo que, durante casi seis meses, uno tras otro mis compañeros, a través de los textos que escribían, le dejaron la puerta abierta a sus debilidades; y, explorando en ellas, uno tras otro se desmoronaron y abrieron una parte de su corazón en canal.

Si eso no era pornografía emocional de verdad, apaga y vámonos.

Pero a mí no me alcanzó. Estaba esa racionalización que, oiga, es mi forma de aprehender el mundo. Todo efecto tiene su causa, toda acción su reacción, e incluso el efecto túnel, la dilatación del tiempo y las partículas subatómicas tienen su explicación.

¿Soy un androide o un replicante à la Dick?

Demos un salto al domingo 17 de julio, FIB, escenario Maravillas: conciertazos de Portishead y Arcade Fire.

Geoff Barrow es un maestro de los sonidos: Todo el arsenal electrónico que despliega en el escenario se convierte en un altavoz para la emoción desgarrada y descarnada de Beth Gibbons. Su voz es dolor. Sus letras son dolor. Llegan a ser insoportables, de bellas y dolorosas. Y sucumbes.

Y después los canadienses de oro del indie. En ellos, todo es épicamente exagerado: hasta el optimismo de «No Cars Go» está insuflado de una grandeur emocional que hace imposible no vivir la comunión de 50.000 espectadores coreando a toda voz. Rabia: de eso hay mucho también en su lírica. Pero himnos a la desilusión y al desengaño como «Rebellion (Lies)» o «Crown of Love» hacen difícil soportarlo.

Y sí, ahí, mientras coreaba «Glory Box», «Roads» o «Crown of Love», si alguien me hubiese enfocado con una cámara, hubiese visto cómo las lágrimas caían a chorro. ¿Veis? No era difícil llegar hasta lo más profundo del corazón: sólo hace falta buena música y buenas letras. Así que tampoco lo tenéis tan fácil, muchachos.

(¿Quién me ha dejado el origami del unicornio encima de la mesa?)

Más adelante reseñaré el FIB, sí. Y el concierto de B.B. King del viernes pasado, y el de Manel del viernes que viene. Palabra.

Imágenes fascinantes

Coincidió el sábado pasado que leí esta entrada del Aburreovejas y, por la noche, vi el reportaje de Informe Semanal sobre la gira de The Wall, de Roger Waters (obra más suya que de Pink Floyd porque, con todos los fantasmas que vertió en Waters en ella, cualquier otra contribución que no fuera la suya queda eclipsada, por muy bien que tocase David Gilmour). Y aunque Waters explicitaba los conflictos que lo condujeron a escribir su ópera rock, cualquier explicación, en realidad, palidece ante las imágenes, entendidas como conceptos amalgamados en un bloque de información. Continuar leyendo «Imágenes fascinantes»