Consideraba que los niños de Gorazde podían tomar sus propias decisiones sobre los caramelos.
Joe Sacco, Gorazde, Zona Protegida, pág. 132
Y en la viñeta se ve a un niño del enclave musulmán, el único que sobrevivió la guerra, aparte de Sarajevo, desenvolviendo el caramelo que el autor le ha dado. Sonríe. En la dentadura faltan los incisivos superiores. De fondo, casas derruidas, sólo las paredes; las ventanas huecas y los techos desfondados. Poco antes, Sacco y otro colega de profesión discutían si era conveniente repartir caramelos a los niños (una golosina rara de ver en una ciudad sitiada durante cuatro años) o dárselo a sus padres para que estos los distribuyan adecuadamente.
Contradicciones de una guerra. Sacco y su colega, de nombre Whit, podían entrar y salir de Gorazde cuando quisieran. Esa no era su guerra. Y no pocas veces el autor se siente culpable, un extraño que se ha dejado caer por voluntad propia entre gente que lucha por sobrevivir ante una de las mayores atrocidades de finales del siglo xx.
¿Os imagináis lo difícil que resulta no ser condescendiente, paternalista, cínico…? ¿Y lo difícil que puede llegar a ser transmitir con fidelidad, con veracidad, qué fue lo que ocurrió? ¿Explicarlo sin tomar partido?
Joe Sacco tampoco pretende escribir el libro definitivo; pero quizá Gorazde, Zona Protegida sea más veraz que muchos otros. La preocupación por la veracidad es patente desde la primera viñeta. Sacco caricaturiza sus rasgos, como bien indica Francisco Veiga en la presentación, en parte como mecanismo para señalar su extrañamiento, pero también para no interferir ante la narración de los auténticos protagonistas: un elenco de personas (no personajes) con los que trabó amistad, compartió esperanzas, copas, cigarrillos, juergas y muchas horas de conversación, durante el último año de la guerra de Bosnia.
No nos equivoquemos: no es un libro amable. Ni para el autor ni para los lectores. Mucho más impactantes que las frías cifras y los mapas de guerra son las frustraciones, el hambre y las penurias de los amigos. Edin, Riki, Sabrina consiguen aquí lo que treinta segundos de un informativo, o un reportaje de la CNN, no pueden transmitir: que el lector tome conciencia del dolor.
La de Bosnia fue, de todas las guerras que sucedieron a la desmembración de Yugoslavia, la más atroz. También la más televisada. Y por ello, inexorablemente, la más tergiversada, ya sólo por la propia cobertura. Sarajevo fue el símbolo de aquella guerra, pero ¿alguien se acuerda de la caída del enclave de Zepa, poco después de la vergonzosa masacre de Srebenica? ¿A alguien le importaba el destino de los habitantes de Gorazde, ciudad que podía haber sido moneda de cambio entre el gobierno bosnio y el serbobosnio a cambio de un acuerdo de paz torpedeado (literalmente) por Karadžić y Mladić?
Sacco nos presenta a Edin, a Riki, a Sabrina, a sus padres, hermanos, tíos, amigos, al doctor del hospital, a las enfermeras, a los pocos vecinos serbios que se quedaron, y a todos les da, que no sólo se las presta, una voz de la que carecieron durante todo el conflicto. Sacco nos presenta a sus amigos.
¿Cómo no puede conmover Gorazde, Zona Protegida? Lo que se cuenta lo cuentan unos amigos. Y lo que cuentan es terrible.