Así he vuelto de la representación de Romeu i Julieta en La Seca / Espai Brossa. Y es que, a poco que mimes un Shakespeare, tendrás una representación divertida, emocionante y rica en matices. Tanto da si eres purista o si adaptas. Mentira: mejor cuanto más y mejor lo adaptas, siempre que seas fiel al espíritu del texto. Que no necesariamente al texto. Porque es señal de que lo has entendido (o, al menos, has aprehendido el texto y tienes una lectura en sintonía con la del autor y la de tus circunstancias) y podrás ofrecer algo muy, muy rico. No como en el TNC…
No voy a decir nada nuevo; tengo que darle la razón al Time Out: todos los caminos llevan a Shakespeare.
Shaking Shakespeare, un musical para cincuenta afortunados asistentes cada noche, prorrogado durante cinco improrrogables días. A vosotros os quedan cuatro si queréis pasar un rato divertido, tierno y emocionante. Sí, un musical, en el que Will, el Bardo, hace de nexo sentimental, más que argumental, entre los números musicales, que abarcan desde extractos de ópera sacados de Macbeth y Otelo (brrrutalll la interpretación del tenor Josep Fadó) hasta números musicales de Cole Porter, West Side Story y El Rey León, a las voces y coreografía de The Hanfris Quartet y The Sing Song Sisters. Porque, sin lugar a dudas, la sombra de Shakespeare resuena en las historias más arquetípicas de la cultura popular. Id con la mente y, sobre todo, con los oídos muy abiertos; la trama no se explica, sólo se siente.
Y, como dice Will al principio, reiréis, os emocionaréis, lloraréis… Y, en mi caso, me ha recordado que West Side Story sigue siendo una de mis películas favoritas.
Lo mejor, insisto: dejarse llevar y descubrir el espíritu de Shakespeare en la música.
Con lo influyente que ha sido y es Tenesse Williams en la literatura y el arte estadounidenses… y aún no había visto nada de él. No, chicas y chicos, no he visto (aún) las adaptaciones cinematográficas Un tranvía llamado Deseo ni La gata sobre el tejado de zinc, lo que añade un plus al impacto recibido por ver el Tranvía por primera vez.
Añade un plus, pero la brutalidad inherente del texto se mantiene intacta. Pocas veces, muy, muy pocas, me he encontrado con una obra con tantas implicaciones, tan certera en su disección de las pasiones humanas y, sobre todo, tan fluida.
Sin espoilear, aquí va un breve resumen (total, todos ya conocéis la peli de Marlon Brando): Blanche Dubois aparece inesperadamente en casa de su hermana Stela con la excusa de una breve visita que se convierte en una larga estancia. Las Dubois pertenecen a una familia de rancio abolengo que ha acabado en la ruina. Blanche huye de un pasado no muy claro, y Stela vive en los arrabales de una ciudad con un hombre rudo, Stanley Kowalsky, que parece salido directamente de la época cromañón. Blanche no es sincera, desprecia al marido de Stela, y este, básico y más bruto que un arado, no se corta a la hora de ejercer su violencia de macho alfa. El cuadro lo completa el mejor amigo de Stan, Mitchell, un hombre solitario y en principio bonachón que cae en un abrir y cerrar de ojos a la seducción de Blanche.
El personaje torturado de Blanche y la brutalidad primitiva de Stan son dos de los polos entre los que gira la obra, en la que poco a poco se va desgranando la mísera vida interior de la mujer mientras sus acciones van erosionando la imagen pública de Stela y, sobre todo, Mitch, revelando las pulsiones egoístas que todos albergamos.
Me pasé buena parte de la obra esperando que se acabase ya, porque preveía que al final iba a desencadenarse el rosario de la Aurora y sentía miedo. Sí, el final es de traca. Por. R’hllor. Bendito. La sensación de violencia inherente estaba siempre presente en escena, una violencia que procede de nuestra parte más animal y que se traduce en pasiones, egoísmo, vacío y mucho, mucho anhelo. Brrr. Es que aún me recorren escalofríos mientras escribo estas líneas.
Y todo ambientado en el barrio de al lado, con personajes cotidianos y con una prosa clara y fluida. Una adaptación de cinco estrellas y media. Quizá al principio hay alguna transición brusca (Stan pasa rápidamente de chulearle a Blanche a meterle una hostia que cuadra con su personalidad, pero que unas cuantas líneas de diálogo o una escena más que incidiese en el personaje se habría agradecido), pero el manejo de los símbolos en el escenario es soberbia, igual que la actuación, con mención especial a los personajes de Blanche y Mitchell, interpretados por Annabel Castan y Pepo Blasco.
Un tranvia anomenat Desig estará en la sala Muntaner hasta finales de febrero. Y, si a alguien le interesa, me dieron un flyer con un 50 % de descuento. Si alguien se anima, que me lo pida 🙂
Pues eso que dices que un Shakespeare, en el Teatre Nacional de Catalunya, no puede estar mal, ¿verdad? Un Shakespeare es un Shakespeare, y muy mal se tiene que llevar a escena para que te lleves un chasco.
Pues bien, El somni d’una nit d’estiu, en dirección de Joan Ollé, y representado de noviembre a enero, fue un chasco. Por mucho que la prensa oficial se empeñe en sacar petróleo a base de fracking periodístico.
Antes del #PS2014 (cuya crónica ya llegará) tuve la ocasión de asistir a este monólogo del simio de la Costa de Oro que cuenta ante los distinguidos miembros de la academia de ciencias cómo, ante la perspectiva de transcurrir el resto de su vida encerrado en un zoo, decidió convertirse en humano y llegó a convertirse en una estrella del mundo del espectáculo.
Adaptación de un cuento de Franz Kafka que, a pesar de contar con aspectos realmente soberbios, en el que destaca la escenografía (una tarima compartimentada que sirve tanto de bodega de barco, bar de varietés…) y la música, desaprovecha la carga de profundidad que supone la identificación entre el proceso de humanización del simio y la educación en la cultura europea. El peso de la narración de Informe per a una acadèmia recae, en su gran parte, en los primeros días del cautiverio de Peter el Rojo, que sin lugar a dudas permite al actor lucirse (y en casos extralimitarse) en los dilemas y conflictos del simio; sin embargo, la decisión deja en el tintero la crítica social, muy poco elaborada.
Por otra parte, la interpretación de Ivan Benet adolece de ese leve exceso de histrionismo que no deja de potenciar la labor del actor en detrimento de la verosimilitud. No podía acabar de abstraerme, y el protagonista quedaba enmascarado por la actuación.
Una obra, de todas formas, recomendable, aunque de haber afilado la pluma y haber explorado la parte social, el impacto hubiera sido mucho más demoledor, en vez de quedarse en el anecdotario particular de Peter el Rojo.
La danza es una de las artes más difíciles para este eterno aprendiz: un arte para el que hay que apagar muchos interruptores y dejarse llevar más que en cualquier otra.
Pero si uno tiene la suerte de contar con amigos que, aparte de tener una cultura vastísima, trabajan en el montaje de la obra, la conversación posterior acaba siento tremendamente enriquecedora y esclarecedora.
L’esperança de vida d’una llebre refleja en una serie de espacios (el hogar, el aire libre, el bosque) los espacios interiores en los que uno se encuentra con fantasmas de sí mismo. El cazador y la presa intercambian los papeles: el yo, la culpa, los remordimientos, el amor, la pérdida… Sin explicaciones obvias, evidentemente, porque no se trata de eso.
Una obra muy poética, con una estructura muy cercana al teatro (y, por tanto, más asequible para los que somos legos en la danza) con un trabajo de interpretación soberbio. Resulta fascinante comprobar cómo el texto se puede interpretar, más allá de las palabras, con el movimiento, y que este defina perfectamente el espacio simbólico y físico, yendo de uno al otro con precisión.
No sé si se volverá a representar en algún espacio de aquí al futuro, y lamento reseñarlo tan tarde, pero si podéis, seguid a la compañía por las redes y, si se da la ocasión, no os los perdáis.
Incendis fue la obra que lo rompió todo el año pasado en la programación teatral de Barcelona. Este año, la segunda de las obras de la tetralogía La sangre de las promesas, de la cual Incedis es la tercera entrega, se representa en el Teatre Romea, con dirección de Raimon Molins y producción de Atrium (sí, la compañía de la sala homónima de teatro de cercanía, que produjeron el pasado año una inmejorable adaptación de Les tres germanes, que ya reseñamos por aquí).
Pues bien, apunten los nombres del director y de la compañía porque, visto lo visto, son garantía de originalidad en la puesta en escena, y de conmoción emocional. Os explico.
Wajdi Mouawad, dramaturgo libanés, exiliado en Francia a causa de la brutal guerra civil de su país, y en la actualidad ciudadano canadiense residente en Montréal (Québec), vuelca en esta obra lo que podríamos decir toda una trayectoria filosófica trascendental, desde el problema de la identidad propia hasta la muerte, pero trazando una progresión que va de lo íntimo a lo universal, y al mismo tiempo desde la comedia hasta el drama más demoledor.
En este punto voy a permitirme una pequeña digresión, que tiene a ver más con la puesta en escena y con la estrategia para abordar un texto tan rico, versátil y completo. Los dos primeros actos, en los que el protagonista, Wilfrem, recibe la noticia de la muerte de su padre, y hasta el momento en que decide darle sepultura en su país, un país en guerra al otro lado del océano donde conoció y amó a la madre de Wilfrem, muerta de parto, son de los más delirantes que he visto en mucho tiempo. En no pocas ocasiones se rompe la cuarta pared, algo que particularmente me fascina, y el juego metaliterario con el público, con los propios recuerdos de Wilfrem (plasmado mediante la irrupción de un equipo de filmación delirante) son un estimulante juego de realidad y ficción que, por otra parte, establece las premisas por las que discurrirá la narración durante los siguientes actos; unos actos en los que la brutalidad y la crueldad irrumpen con una fuerza casi insoportable. En pocas obras, y aquí incluyo literatura, televisión y cine, me he encontrado con escenas tan sumamente desagradables como la que narra el rey de la guerra que aparece en el tercer acto.
Sí, esto es una advertencia: no os dejéis engañar por el aspecto cómico de los dos primeros actos; no son más que el reflejo de la absurdidad de nuestras convicciones, costumbres y manías. Sin embargo, Litoral es rico en símbolos y metáforas: el mar como nexo de unión entre culturas, como flujo de vida y como cruce de caminos; la figura del padre, de los mayores, de los nombres y la importancia de la memoria; la honra a los muertos y la necesidad de un descanso digno, pues es lo que nos reconcilia con la vida y da sentido a la historia. También tiene una importancia crucial la figura del otro, en multitud de aspectos: la identidad del hijo en contraposición con el padre que lo concibe; la del amor, que revela la bondad propia pero también las carencias emocionales; la del vecino; la del enemigo; la del desconocido…
A pesar de la grave seriedad de la guerra, de la muerte y de la crueldad, Litoral es también una tierna reflexión sobre la dimensión humana, presente incluso en los episodios más escalofriantes, y que se pone en relevancia precisamente con el juego del otro. También tienen un gran peso el poder de los sueños y el de la inocencia, encarnados en el caballero que acompaña al protagonista a lo largo del relato.
Situaciones estrambóticas, fantásticas, emotivas, crueles… Las tres horas suponen un esfuerzo al espectador, que sale como si lo hubiesen apalizado y con multitud de cuestiones hirviendo en la cabeza. También es una representación tensa, con una escena siempre cambiante gracias a los dos o tres departamentos rodantes. En el proscenio, una acequia hace las veces de litoral. Y sobre el escenario, unos actores tremendamente versátiles, entre los que cabe destacar Lluís Marco como el padre muerto, Pepo Blasco en multitud de papeles, convincente y versátil en todos ellos, Xavier Ruano y Mireia Trias, la inolvidable Masha de Les tres germanes.
Tanto el periplo vital de Wilfred y su padre, como la riqueza simbólica y la belleza del texto hacen de esta obra un must de la temporada, así que… Conclusión: Abrid una nueva pestaña en el navegador, buscad «entradas Litoral Teatre Romea» y compradlas. Y ya luego me contáis. No, no, no, compradlas ahora. De verdad que me lo agradeceréis.
Pendenciero, fanfarrón, orgulloso, excesivo, pero sobre todo íntegro y con un corazón inconmensurable. Un carácter indómito que compensa con creces la efigie deforme, la nariz superlativa que corona su rostro severo, y acalla las burlas por el respeto que impone. Un personaje fuerte bajo el que se esconde el tierno poeta y el amante de corazón tormentoso: el que calla el amor imposible por su prima Roxane, y por cuya felicidad presta su verso al amado de esta, el bello e iletrado Christián de Neuvillette.
Regreso del teatro, el reinaugurado Barts (antiguo Artèria Paral·lel, aka el teatro de la SGAE), completamente entusiasmado. Había escuchado buenas críticas de este Enrique VIII, pero tras el fiasco de La vida es sueño por «toda» una Compañía Nacional de Teatro, uno empieza a temer que prestigio, fama y buena interpretación no vayan de la mano.
Enrique VIII, compañía Rakatá
Este no es el caso. Contando con una escenografía limitada y excelentemente aprovechada, Enrique VIII es todo dinamismo. Pero, aunque el uso inteligente de los elementos escénicos pueda favorecer o entorpecer la obra, sin lugar a dudas el peso recae en la dirección y en lo que más se ve, la actuación. Sí, perogrullada, lo sé. Pero cuando los actores son capaces de transmitir la pasión en un el texto tan sutil y complicado, los elogios se quedan cortos. Véanse, si no, las reseñas de El Diario Vasco yEl País.
Si me dijesen que destacase alguna actuación, sin duda sería la de Catalina de Aragón, cuya resistencia a dejarse llevar por el juego de intereses de la corte inglesa la lleva a convertirse en una marginada, ahondando en la figura de la extranjera. Extranjera que, sin embargo, demuestra ser más honorable que el resto. A destacar también la evolución de Enrique VIII, cuyo tránsito a soberano gobernado por la pasión no cae en el histrionismo, y consigue mantener las riendas de un personaje difícil. El cardenal Wolsey, Buckingham, Northfolk… Una gozada de obra, de verdad. En cartel hasta el 24 de marzo en Barcelona. Después girará por Murcia, Bilbao, Zaragoza y Valencia. Así que háganse un favor y consigan una entrada.
Ilusión por entrar, por primera vez, al Tantarantana, sala de teatro «de cercanía» al lado de casa. Tras dos experiencias (un Chéjov inmejorable y un Albee bastante mejorable) en la sala Atrium, qué mejor que estrenar la sala del carrer de les Flors con un texto de Claudio Magris.
Vostè ja ho entendrà es una reinterpretación del mito de Orfeo desde el punto de vista de una Eurídice condenada ya para siempre. La escenografía no puede ser más sobria: Carme Sansa encarnando a una Eurídice, que pasa de ser la ninfa del mito a musa de quien trajo las artes al mundo, dos focos y su voz. Sólo su voz. De lado, mirando al presidente de la Casa de Reposo desde una posición de subordinación (suponemos que se trata de Hades), quieta, Sansa y el director, Xavier Albertí, cargan todo el peso en la voz, en la declamación y la entonación de la actriz. Aviso desde ya: una hora en penumbra es muy exigente, cuando el texto en sí ya es suficientemente denso como para hacerlo austero.