Sí, lo siento, la vida no da para más; o, más bien, no soy capaz de organizarla de forma eficiente como para dar salida a cienes y cienes de proyectos, ni qué decir del blog.
Pero, oye, que la semana pasada asistí a la edición del 2018 del Primavera Sound (y van…), y con todo lo criticable que tiene (que es mucho y diverso, pero se lo dejo a otras voces que hablan con mucho más conocimiento de causa), sigue siendo uno de los momentos más esperados del año por quien estas líneas escribe. Por un lado, y por encima de todo, por poder compartirlo con amigos tan geniales. Después tenemos la música y lo que comporta: el ritmo, la melodía, la magia y la poesía. Vale, también las aglomeraciones y las colas para casi todo, pero en el balance definitivo merece la pena.
Ha sido una edición con cabezas de cartel de relumbrón pero muy pocas sorpresas, lo que me ha permitido ir muy relajado. Tenía claro los cuatro artistas que no me quería perder bajo ningún concepto: María Arnal i Marcel Bagès, Spiritualized (en la jornada inaugural semigratuita del miércoles), Björk y Nick Cave and the Bad Seeds (el jueves); el resto, pues con la calma.
Y si hubiese echado el cierre al festival tras la jornada del jueves, yo me hubiese dado más que satisfecho.
Pero todo empezó el miércoles, en la cola para obtener los tickets para el concierto de Spiritualized, acompañados de orquesta y coro, en el Auditori del Fòrum. Entradas que se ponían a la venta a las 15h de la tarde y que ya contaba con una cola kilométrica antes de la apertura. Suerte de los amigos. Conseguimos entradas, nos fuimos de tapeo y, a las 18h, volvimos a l’Auditori para el concierto de Maria Arnal i Marcel Bagès. Que, para mí, no fue tan emocionante como los dos anteriores a los que había asistido, quizá porque había más público, quizá por las expectativas, quizá por ser los encargados de dar el pistoletazo de salida, Holy Bouncer mediante, a un festival con semejante nombre y prestigio. Hasta medio concierto no empezó a caldearse el ambiente como tocaba. Y todos salimos con lágrimas en los ojos y el corazón henchido como tocaba. Me sigue flipando que usen el sampler del «Hyperballad» y enseguida me olvide de Björk en cuanto Maria empieza a cantar.
Después tocó salir del Auditori, hacer de nuevo cola para entrar, quedar con una amiga para pasarle el ticket, volver a sentarse, los nervios. Como ya he contado en privado, tenía una deuda pendiente y una espina clavada con Spiritualized, a los que conocí en la edición del 2009 y que, en la del 2015, esperaba con ganas. Pero factores externos me jodieron a base de bien el concierto y tenía una espina bien clavada.
Salí bien resarcido: sonido envolvente a tope, iluminación psicodélica. Me sentí, tal como dice la canción, flotando en el espacio. La primera jornada estaba siendo gloriosa. Después, Belle & Sebastian se marcaron un concierto correcto para sus estándares (que son muy altos, ¿eh? Pulcros, melódicos, cercanos), pero, después de los dos maravillosos shows anteriores no consiguieron encandilarme. Nada que reprocharles, por otra parte.
La pena de esa primera jornada es que Wolf Parade, a los que nunca he visto, se solapaban con Spiritualized. Bueno, faena pendiente para otro año.