El invierno del Primavera #PS13 (1.ª parte)

¿Cuál fue mi primer Primavera? Tengo que acudir ya a esta página para recordarlo. El #PS09. Y, desde entonces, he reseñado cada edición menos la del 2012. No fue la mejor edición, desde luego, aun a pesar de algunas actuaciones memorables (como la de Thee Oh Sees o Mudhoney; con mención aparte para el larguísimo y desigual concierto de The Cure y la mierda de sonido que le pusieron a los inconmensurables Yo La Tengo).

Sin embargo, este año la organización anunció en redes que la edición del 2013 iba a ser es #bestfestivalever. Hombre, cuidado con las afirmaciones grandilocuentes, que pueden frustrar expectativas.

Creo que este es el problema principal cuando la gente da su valoración sobre el Primavera Sound (en esta o cualquier otra edición): situarse en la expectativas en vez de valorar la visión global del festival. Cierto es que ese o aquel grupo colmará filias o inflará fobias, que siempre habrá algún reclamo masivo, y que algún otro caerá en el terreno del hype, mientras otros pocos verán que su talento recala en un auditorio vacío, normalmente en horarios poco dados al reconocimiento. Sin embargo, se olvida con frecuencia que el horario exhaustivo permite no tan sólo dar cancha a una centena larga de artista, sino también confeccionar multitud de recorridos (solapes dolorosos aparte), tanto para el conneiseur y el inquieto como para el curioso o el que se acerca a disfrutar de los cabezas de cartel.

El Primavera no deja de ser, también, una plataforma de promoción para multitud de nuevas bandas. Raro es el año que no salgo del recinto sin un par de nuevas bandas favoritas en el corazón.

Este año también será recordado como el del Invierno Sound 2013: frío acompañado de viento de mar, helado y desapacible como pocos, que consiguió deslucir unos cuantos conciertos (sobre todo en el escenario Pitchfork) cuando arreciaba la ventolera.

Miércoles, 22 de mayo

Este año, la jornada inaugural y gratuita se llevó a cabo en el recinto del Fòrum, limitado al escenario para acústicos Smint y el del anfiteatro de cara al mar, el Ray-Ban. En el primero programaron grupos del Cono Sur, mientras el segundo tenía un acento más anglosajón y, en el caso de The Vaccines y Delorean, consideración de cabeza de cartel.

El periplo primaverasoundal empezó con los chilenos La BIG Rabia, un dúo anclado en el rock’n’roll más primitivo, de actitud transgresora, pero cuyo mensaje queda un poco diluido porque no parecen tomarse a sí mismos en serio.

The Bots son un jovencísimo grupo de power rock, formado por los hermanos Mikaiah Lei, de 18 años a la guitarra, y Anaiah Lei, de, atención ¡14!, dándolo todo a una batería atronadora. Quizá un pelín demasiado histriónicos sobre el escenario, pero el repertorio no era para nada desdeñable.

Después de una breve parada para recargar pilas en el bar de la esquina, los bogatenses Telebit imprimieron un poco más de actitud y rabia al escenario Smint. Afilados e incisivos, otro de esos grupos que merece la pena seguir, aunque se antoje bastante improbable si no están dentro del habitual circuito anglosófilo.

Era curioso comprobar cómo un goloso cabeza menor de cartel como The Vaccines no hace un lleno en una jornada gratuita. Quizá porque (suposición y juicio de valor completamente subjetivos) tampoco son gran cosa: tienen un power pop pegadizo, son resueltos en directos y tal, pero aun así son más bien poquita cosa, inofensivos, con poca chicha. Bueno, dimos unos cuantos botes y, mesurando las fuerzas, añadido al hecho de que a Delorean te los encuentras hasta en las fiestas del pueblo, decidimos cenar un poco y dirigirnos a las showcases del Apolo, donde no pude entrar NI DE CO ÑA. Una cola que a las doce llegaba al otro extremo del parc de les Tres Xemeneies para dos salas con un aforo conjunto de 2.000 personas (a bote pronto) dejaba bien claro que, esa noche, no iba a poder disfrutar de nuevo de Veronica Falls.

Jueves, 23 de mayo

Los Planetas, entre otros, tienen mucho que agradecerle a El Inquilino Comunista, como uno de los grupos pioneros del noise español y que suscitaron el interés de las discográficas por el efervescente panorama de principios de los noventa. Justo reconocimiento el del Primavera por los de Getxo, aunque, como viene siendo habitual en el festival, quede minimizado al programarlo a horas tempranas, bajo un sol que, el jueves, aún seguía siendo de justicia. También es curioso comprobar cómo grupos bien entrados en la cuarentena o cincuentena den una demostración de contundencia y ruido a nuevas generaciones que, en ocasiones, parecen bien bisoñas.

Como fue el caso de Wild Nothing, uno de esos grupos de dream pop preciosista que, si ya cuesta mantener la concentración en casa, en la soledad del sofá y con los auriculares calzados, ya os podéis imaginar en el mastodóntico escenario Heineken, con Jack Tatum perdido como la paradigmática aguja en el pajar, y ante un público que estaba eso, festivalero: ni quieto, ni atento, ni callado. Una lástima, porque Tatum tiene en su haber gemas delicadas como “Shadow” y “Nocturne”, pero el muchacho se obcecó en reproducir esos bucles de guitarras etéreas, haciendo del concierto una amalgama en la que difícilmente se distinguía una melodía de otra.

En el otro extremo, metafórica y literalmente, se encuentran Woods, quienes demostraron que la delicadeza no está reñida con el entretenimiento. Su concierto fue de menos a más, a medida que se iban conectando con un público aún un poco amodorrado, y el folk fue subiendo de graduación, de la amabilidad a la electricidad, a un terreno más de Dylan y Young que de Wilco.

Justo al lado, en el escenario más maltratado por las inclemencias, Savages se estaba marcando uno de los conciertos más intensos de la jornada. La ventaja del post-punk actual (cuando se toma en serio, esto es) es que ya no responde a una actitud, sino que el ideario está bien asentado en la base musical. Con sobriedad y contundencia, el grupo comandado por la voz recia de Jehnny Beth, a medio camino entre el histrionismo de Ian Curtis y la intensidad de Patti Smith, se postularon como una de las bandas a seguir muy de cerca.

De camino al Heineken bordeé un Ray-Ban a medias para acoger a los barceloneses Manel. Y sí, soy fan irredento de Gisbert y compañía; el cancionero de los dos primeros discos posee una retórica tan cotidiana y agridulce cuya seducción es difícil de resistir. Pero la electrificación de Atletes, baixin de l’escenari les ha hecho perder parte de su identidad; ergo, si el sonido del ukelele era esencial para definir a Manel, mal vamos, porque entonces el mensaje llega atenuado, como me pareció en aquel momento, y la credibilidad artística queda mermada.

A diferencia del FIB en el 2011, esta vez acudía con los deberes hechos; todo un placer si se trata del precioso y preciosista Lonerism. Y si hace dos años su propuesta (canción-concierto) me pareció un poco pesada y dispersa (exigía mucha concentración para entrar, aunque una vez se conectaba el delirio estaba asegurado; aunque lo delirante era tener una despedida de soltero justo al lado haciendo chistes de koalas), en esta ocasión la banda sonaba sólida y con querencia virtuosa. Un concierto en alta fidelidad en un entorno festivalero que no es el lugar más propicio para fardar de sonido.

Y aunque Lonerism siga en la senda de la psicodelia y la obra conceptual, se agradeció mucho la concesión a un cancionero más ligero, de piezas de menos de 10 minutos.

Por otra parte, a pesar del virtuosismo, del elegante acompañamiento visual, de la perfección sonora… o quizá precisamente por todo eso, al cabo del rato decidí que hacía caso de las recomendaciones y asomaba la nariz por el Pitchfork para ver a los garajeros Metz.

Yo, gran aficionado al sonido del bajo, sigo dando palmas con las orejas cada vez que veo a un dúo batería/guitarra y a este último combinando acordes y punteos con el sonido de las últimas cuerdas. Y que el grupo suene más contundente que una formación tradicional (mucho más contundentes que, por decir un algo, Coldplay. O Muse). Celebremos, pues, que de vez en cuando estos grupos abran un vórtice en el continuo espaciotemporal y dejen entrar en este universo la onda termonuclear de ese universo paralelo en que la música es una de las cuatro fuerzas fundamentales. Furibundos, rabiosos, crudos: otro más a la lista de grupos que hay que marcar de cerca.

Aunque para energía renovable e inagotable, la de los de Massachussets, Dinosaur Jr. Por lo que se cuenta, entre J. Mascis y Lou Barlow saltan unas chispas que horadarían el campo deflector de la Enterprise. Y aunque el novísimo I Bet You on Sky no tenga la relevancia de su obra de los noventa, es un muy digno disco del último año. Ojo al dato…

Dinosaur Jr salió a dar la cara, y suyo fue uno de los primeros conciertos memorables de la edición. Uno de los grupos más crudos que vio el escenario Primavera; y Barlow, toda una bestia del bajo. Noise en estado embrionario; muchos grupos bebieron de ellos para saltar a la fama. Dinosaur Jr prefirió la fidelidad a su sonido. Delirio absoluto cuando se marcaron la versión de Just Like Heaven, y cuando justo después, Damian Abraham se unió para berrear “Sludgefeast”. ¿Qué podría hacernos olvidar este concierto?

Pues el de Deerhunter en el Ray-Ban. Matizo: el primero de los tres que los chicos de Bradford Cox acabaron ofreciendo. Fueron de menos a más, como este primer concierto, con Cox enfundado en un vestido de H&M y con un arranque más bien titubeante. Curiosamente, fue conectando a medida que iba desgranando las piezas del último trabajo de la banda, Monomania, disco candidato para entrar en el top 10 del año. No sé cómo transmitir fielmente las sutiles sensaciones que provocaban canciones como “Dream Catcher”, “Back in the Middle” y “Monomania”; como si, bajo la pátina robusta del indie-rock, fluyese un caudal de ideas inquietante, tan rico en matices que, de los que nutre una sola canción, muchos artistas llenarían un disco entero. Y todo esto sin olvidar el sex-appeal de las melodías (intrincadas y, a la vez, incitadoras) y el vigor del mejor sonido eléctrico. Puro goze.

Lo de Grizzly Bear ya es otro mundo, otro cantar. Folk rock con mucho de liturgia sinfónica, capas de melodía trazando arabescos y volteretas, un entorno onírico con lámparas-luciérnaga subiendo y bajando de la estructura del escenario. Un espectáculo ciertamente hermoso, pero más adecuado para un Auditori que no para un festival a la hora en que la gente ya se ha cansado de emborracharse y empiezan con otras sustancias un poco más euforizantes.

Y ya que hablábamos de fuerzas de la naturaleza desatadas, Damien Abraham (con bastantes kilos menos desde su visita como teloneros de Arcade Fire) recuerda al demonio de Tasmania en versión sumo (peso welter), todo un huracán arriba y, sobre todo, abajo del escenario. Hardcore melódico sin fisuras, hecho para soltar verdades como puños en una comunión de decibelios, sudor y cerveza. Y si, por una de estas, no eres fan del peculiar dominio vocal de Abraham, presta atención a la solidez del grupo: ahí está el secreto de su indudable atractivo.

Abraham se mostró, por otra parte, hablador y dicharachero como pocos, y se lo vio disfrutando de verdad del público. Gesto innecesario y molesto cuando es una impostura, pero en el caso de Abraham todo es como más… real. Normal que saliese chorreando sudor del Pitchfork.

Y de nuevo dirigí los pasos al Heineken. Bankrupt! me parece un disco muy soso aun para ser Phoenix, y eso que no le hago ascos al indie más comercial. Me acerqué el escenario porque, a esa hora, no veía nada que me atrajese especialmente.  Y, como hace unos cuantos Primaveras, he de decir que no me arrepiento: los franceses tienen un directo soberbio, y sobre las tablas son capaces de engrandecer unas canciones bastante estereotípicas con una soltura envidiable. Aun vistos desde lejos, Phoenix asegura una hora y pico de diversión. Que no por intrascendente deja de ser una actitud loable, más con ese talento escénico y con el toque armónico preciso.

Y con ellos acabó la primera jornada «de verdad» del Primavera. Pero se acercaba el invierno, y de qué manera…

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Autor: Álex Vidal

A los 7 años me llevaron a ver Star Wars y decidí estudiar Físicas. A los 11, leí a Asimov y me dije: "Yo quiero escribir historias tan grandes como estas" (espero que usando más palabras que él). Hoy trabajo juntando letras en una editorial mientras pierdo el tiempo en múltiples frentes. Aprendiz de todo y maestro de nada. Es mi sino.

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