Una de esas lecturas que se quedan en La Pila y que, esta semana, he rescatado y disfrutado. Sí, porque, al fin y al cabo, Lewis Trondheim parece ser un tipo tan maniático, arisco y huraño como el que aquí escribe.
Bueno, os puede parecer que no (o sí, quién sabe), que exagero, pero el compendio, aparentemente desgranado sin hilo conductor, de manías de Mis circunstancias conforman una introspección muy valiente y sincera, aun a pesar (o precisamente) por no intentar dar un análisis. Simplemente, Trondheim plasma sus fantasías de poder, a sus odios, a sus recelos, y al final vemos a un tipo inseguro (aun a pesar de su genialidad) cuyo mayor enemigo, como acostumbra a pasar, es él mismo. O las diversas encarnaciones de él mismo. Semejante estrategia lo hace parecer más humano y más cercano. Y valiente, porque narrar esas pequeñas mezquindades, como las llaman en la cubierta, no es fácil.
Su trazo, claro y antropomorfo, aparte de darle cierto aire de ingenuidad, maneja con esmero la narración, con un buen dominio de los planos al estilo cinematográfico.
Una lectura deliciosa y un punto amarga, que conduce a lo largo de una treintena o así de episodios cotidianos hasta la revelación, encantadora en la ingenuidad, de los miedos que atenazan al autor. Una pequeña delicia muy recomendable.