Regreso del teatro, el reinaugurado Barts (antiguo Artèria Paral·lel, aka el teatro de la SGAE), completamente entusiasmado. Había escuchado buenas críticas de este Enrique VIII, pero tras el fiasco de La vida es sueño por «toda» una Compañía Nacional de Teatro, uno empieza a temer que prestigio, fama y buena interpretación no vayan de la mano.

Este no es el caso. Contando con una escenografía limitada y excelentemente aprovechada, Enrique VIII es todo dinamismo. Pero, aunque el uso inteligente de los elementos escénicos pueda favorecer o entorpecer la obra, sin lugar a dudas el peso recae en la dirección y en lo que más se ve, la actuación. Sí, perogrullada, lo sé. Pero cuando los actores son capaces de transmitir la pasión en un el texto tan sutil y complicado, los elogios se quedan cortos. Véanse, si no, las reseñas de El Diario Vasco y El País.
Si me dijesen que destacase alguna actuación, sin duda sería la de Catalina de Aragón, cuya resistencia a dejarse llevar por el juego de intereses de la corte inglesa la lleva a convertirse en una marginada, ahondando en la figura de la extranjera. Extranjera que, sin embargo, demuestra ser más honorable que el resto. A destacar también la evolución de Enrique VIII, cuyo tránsito a soberano gobernado por la pasión no cae en el histrionismo, y consigue mantener las riendas de un personaje difícil. El cardenal Wolsey, Buckingham, Northfolk… Una gozada de obra, de verdad. En cartel hasta el 24 de marzo en Barcelona. Después girará por Murcia, Bilbao, Zaragoza y Valencia. Así que háganse un favor y consigan una entrada.