Los Evangelistas, Palau de la Música Catalana, 1 de marzo del 2012

Soy catalán pero de raíces andaluzas, y muy orgulloso de ello; como lo sería de ser riojano de raíces valencianas: son mi presente y mi pasado, y no veo por qué habría que esconderlo.

Durante la infancia y la primera adolescencia acompañaba a mis padres a las sesiones de cante jondo de la Peña Flamenca Cultural y Recreativa de Cerdanyola, y sí, estuve unos cuantos años en el cuadro flamenco de la Peña. Mis padres amaban sus raíces y querían transmitírmelas. Y algo caló.

Me divertía en el cuadro flamenco… pero no era lo mío. Y, desde luego, no era lo mío competir contra chavales (y sus padres; los peores son los padres, siempre) que querían destacar, despuntar, liderar. Tras soportar unos cuantos feos de compañeros y del profesor de baile, mandé el cuadro a paseo.

Después llegó la adolescencia y el habitual marcaje de distancia con los padres por el que todos hemos pasado. Del flamenco pasé a los discos de The Beatles de mi hermano, y ya en el instituto, al pop-rock de finales de los ochenta: la primera cinta que me grabaron, el The Joshua Tree: palabras mayores, señores, palabras mayores. Añadamos un incipiente sentido de la ortodoxia (que ha crecido a lo largo de los años hasta hacerme un antipático diletante en temas musicales) y la cultura de extrarradio catalana de aquella época: el lailoleo invadió tanto el ámbito de mi ciudad que, de rebote, pasé de escuchar flamenco. Y no porque no me gustase, ojo; pero la exposición ad nauseam a la rumba a lo Chunguitos me hartó. Y en casa de mis padres había discos de flamenco, sí, pero dominaba más Rocío Jurado que Enrique Morente.

Pero echo de menos aquella época que, con diez u once años, era capaz de distinguir el palo: alegrías, fandangos, soleares, seguiriyas… y la pasión puesta en el cante. No, no se exagera un ápice cuando se equipara el dolor del blues con el del buen flamenco. Pero sigo evitando los eventos más multitudinarios: la Feria de Abril, las sevillanas, las rumbas… Sí, son divertidos, sí, pero en gran parte no dejan de incidir en el aspecto más superficial:  prefiero el resto de palos del flamenco. Y me sigue repeliendo el lolaileo, del que hay a espuertas. Eso no se me quitará en la vida. Eso es así, parafraseando a @indiescabreados.

Quizá J ha seguido el mismo camino. Con mucha más relevancia y con obras que marcan hitos en el indie español, ya desde Unidad de desplazamiento y «Santos que yo te pinte» hasta discos enteros reinterpretando las raíces musicales andaluzas, La leyenda del espacio y Una ópera egipcia, Los Planetas han estado experimentando con el flamenco, reinterpretándolo desde ópticas no del todo inéditas… pero casi. A priori parece tan buena mezcla como el agua y el aceite: inmiscibles. E increíble, si uno se para a pensar en que los orígenes de Los Planetas parecen estar en el extremo opuesto de la galaxia al flamenco. Pero el noise (y la actitud vital de J, con su sempiterna intención de romper cualquier regla establecida) y la introspección y el dolor del flamenco más puro tienen mucho en común: la integridad del arte en contraposición a la perversión que comporta aceptar las reglas del mercado y la comercialidad.

Creo que no hace falta que hable de Omega, la obra seminal de Enrique Morente y Lagartija Nick, que expandía esa fusión entre indie, noise y flamenco: un ramalazo de vitalidad, una nueva ventana expresiva para el flamenco con las herramientas eléctricas. Si no lo habéis escuchado, ya tardáis. Y tampoco me extenderé en la desaparición del cantaor granadino: no os contaría nada nuevo.

Porque toda esta introducción viene a justificar la falta de objetividad de esta reseña. No puedo abordarla si no es desde el ámbito sensorial, porque durante la segunda parte del concierto este desbordó el ámbito racional. Y eso, sí, eso fue así.

Decía que J debe haber seguido un camino similar, o yo estoy tomando ahora la senda marcada por el grupo que impulsa junto a Antonio Arias, Florent y Eric Jiménez, y que se han marcado este sentido y brutal Homenaje a Enrique Morente: Los Evangelistas. Volver a las raíces después de explorar el futuro, ahondar en el cante jondo después de castigar el rock a base de loops, retroalimentaciones y toneladas de letras contemporáneas.

Hablaba antes de la actitud de J respecto a la música: independiente e íntegro, viene a ser como el protagonista de Balas sobre Broadway pero mandando a tomar por viento a los gángsters. Al ya de por sí anguloso sonido de Los Planetas, o el más visceral de Lagartija Nick, J tampoco lo pone fácil. Lo de estos chicos es arte y es exigencia, es el extremo opuesto del pop gratificante. La integridad ante todo. Desde esa perspectiva, las versiones del cancionero de Morente, amplificado por las texturas galácticas de Florent y compañía están cargadas de un respeto solemne. Con una estructura similar a la del disco, la primera parte del concierto fue una liturgia eléctrica, respetuosa, solemne. Fue el dominio del intelecto, de la forma, de ese tremendo respeto (sí, la tercera vez que repito la palabra) que planeaba este tramo, con un pico de intensidad durante «Donde pones el alma», canción en la que Eric parecía empeñado en reventar la sala del Palau a golpe de batería. Por. Dios. Bendito.

Pero el primer bis, ay, el primer bis: Los Evangelistas a su rollo eléctrico, y Carmen Linares desgarra «Delante». Ya desde el primer ay se abrieron las compuertas que se habían mantenido cerradas durante la tromba de noise anterior, y cualquier análisis queda invalidado. Puro sentimiento, puro dolor. Arte puro. Fue un momento casi de epifanía, cuando, subconscientemente, te das cuenta de que la suma cante jondo y noise amplifica el sentimiento hasta casi el infinito. Intenta justificarlo, intenta argumentarlo, y no podrás: simplemente te has dado cuenta, y eso es todo. Si en otras entradas os hablaba de momentos mágicos, momentos que se graban para siempre, este, señores, este queda a la altura de Arcade Fire y Portishead. Si no lo supera.

Las dos siguientes canciones, las más esperadas, «Yo, poeta decadente» y «La estrella», con la hija pequeña de Enrique, Soleá, palidecieron al lado de «Delante», porque Soleá no tiene la potencia de Linares. Pero fueron también interpretaciones muy especiales, por razones evidentes.

Cerraron Los Evangelistas con un par de canciones más que no aparecen en el setlist de aquí arriba; una versión de una canción de Los Planetas que no identifiqué, J masticando, para no variar los versos. Pero es igual: Los Evangelistas ya te han llevado a su terreno y no hay nada de lo que toquen que ya no comprendas. Toda una experiencia a medio camino entre la redención y la comunión. Os lo recomiendo… aunque no me pidáis que os explique el por qué. Sólo es cuestion de conectar.

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Autor: Álex Vidal

A los 7 años me llevaron a ver Star Wars y decidí estudiar Físicas. A los 11, leí a Asimov y me dije: "Yo quiero escribir historias tan grandes como estas" (espero que usando más palabras que él). Hoy trabajo juntando letras en una editorial mientras pierdo el tiempo en múltiples frentes. Aprendiz de todo y maestro de nada. Es mi sino.

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