No sé si llegué a dormir siquiera tres horas la noche del viernes al sábado.
La Alegre Compañía andaba un pelín perjudicada esa mañana. Volver al apartamento con el sol, brindar con él en la terraza y dormir un promedio de tres horas y media seguía manteniendo a la compañía alegre, pero un pelín perjudicada. Prometimos (bueno, prometieron y me hicieron prometer) que esa jornada iba a ser más relajada, porque el día grande, para nosotros, iba a ser el domingo. Portishead. Arcade Fire. Nuff said.
Por cierto, la mañana que descubrimos que la cafetera italiana con que venía «equipado» el apartamento había funcionado por única y última vez el sábado. Así que los cafés, mejor en un bar.
Ese día fuimos a comer (ya pasadas las 15h) a una barraca a pie de playa, más o menos a esta altura. Voramar, Molimar, Cap al Mar o similar. Unas patatas con queso no demasiado p’allá, y unas hamburguesas (si mal no recuerdo) que estaban de vicio. Brisa marina, solecito, y un carajillo que medio se perdió por la fascinación de un físico por hacer experimentos de tensión superficial con el vaso y el platillo. Suerte que no hubo heridos ni manchados.
Hicimos la digestión en la piscina, y de vuelta al FIB. Primera parada, escenario FiberFIB y los pontevedrinos Nadadora, un poco de shoegaze patrio de melodías agradables pero con cierta falta de convicción. Desde aquí, un «¡ánimo, chicos, salid a comeos el mundo!», que merecería la pena que la cosa no quedase en unos tímidos primeros pasos de baile entre el público.
Por cierto, festival de camisetas friquis durante el sábado. Un ejemplo:
De ahí fuimos al Maravillas, a sentarnos de nuevo para escuchar la canción de Tame Impala, porque duró la hora que estuvimos ahí tomando cervezas, tuiteando entre nosotros y con el resto del mundo, y riéndonos con la despedida de soltero que teníamos detrás: «¡Muermos! ¡Qué tiene Australia de bueno, sólo canguros y koalas!».
Aquí, la despedida en plena acción:
Ah, sí, Tame Impala. Sí, me pasé todo el concierto tuiteando. No captaban mi atención, precisamente. Pero, lo que son las nuevas tecnologías: en la conversación #FIB2011 había buenas críticas a ese concierto al que no estaba prestando atención. Tuve que hacer el esfuerzo de concentrarme en la música (el ambiente relajado también influyó: sol, relax, buena compañía…) y, oye, si te dejabas atrapar, esa música merece mucho la pena. Haremos el esfuerzo de seguir su trayectoria y «currarse» sus discos. Creo que el esfuerzo se verá bien rencompensado.
Y hablando de música «difícil» (en contraposición con el easy listening erosionameninges que sufrimos todos los días), redirigimos los pasos entre guiris ya «tocados» y disfraces de lo más variopinto de vuelta al FiberFIB, a ver a Astrud y el Col·lectiu Brossa. Si lo tuyo son los estribillos fáciles, ni lo intentes. Reconozco que me lo pasé bien, pero hay que acatar las reglas de Manolo y Genís: atender a su juego de metáforas (¿posmodernas?; no, lo siguiente) y establecer esa complicidad que, perdona, no te la facilitan ellos, sino que te la tienes que buscar tú. Entonces te encontrarás ante un espectáculo poco menos que cerebralmente memorable.
Pero si quieres estribillos fáciles, música visceral, aunque no hablamos de Bruce Springsteen precisamente, entonces uno podía volver al escenario Maravillas y sumergirse en la muchedumbre que se reunió para botar con Lori Meyers, el grupo español mejor programado del festival: el escenario Maravillas a las 21:30h. Y, además, el día grande según la organización en cuanto a afluencia. (No, el grande era el de Arcade Fire y Portishead, recordad.) Y, oye, para un grupo que suena por los 4o Principales, si no le haces asco a una excesiva facilidad (léase comercialidad), pues son competentes, saben animar, proporcionan marcha y obtienen el calor del público. Bien. Quiero decir… bien. Agradable, vamos. Tampoco los destacaría por nada más, pero… bien.
Fuimos a reponer líquidos (que sudamos como pollos con los Meyers estos), a reequilibrar el pH y a tomar fuerzas (estofado de arroz con carne senegalés, yum) para el plato fuerte del día, Arctic Monkeys, los chiquillos de Sheffeild de actitud casi chulesca y que alcanzaron el estrellato colgando su disco debut del MySpace. Aunque no me atraen demasiado, los admiro por haber hecho lo que han querido cuando han querido, y me merecen una posición más privilegiada en el cartel que, por ejemplo, The Strokes.
Ahora, también nos advirtieron de que es el grupo que más hooligans atraen, y que fue mítico el campo de 30m2 repleto de zapatillas perdidas durante su show del 2009. Tomamos posición, pues, igual que el viernes, al lado de la torre de sonido.
A reventar.
Al cabo de un rato, aparecieron Alex Turner y los suyos. Chaqueta de cuero, sobriedad, el rugido del público dando rienda suelta a la expectación contenida. Megawatios de potencia restallando de los altavoces. Suenan seguros, contundentes… y tremendamente estáticos. Pensaba: «Vale, soy yo. No me conozco sus canciones, apenas sus grandes éxitos que, hombre, no son tampoco canciones para bailar en el Razzmatazz. Hagamos un esfuerzo». Sin embargo, nadie a mi alrededor se movía. Como mucho, aplaudían, cabeceaban; hablaban mucho; de vez en cuando, arrojaban el vaso de cerveza (esas costumbres bárbaras…). Anna se quejaba de las excesivas pausas melodramáticas que cortaban el ritmo de las canciones. Quizá la gente de la primera fila (que no acabó aplastada) lo disfrutó como yo me imaginaba que sería: saltando y desgañitándose, bendecidos por la catarata eléctrica. Pues tuvo que romper allí delante, porque no salpicó mucho más atrás. A mí me gustó, por eso, pero también a un nivel artístico y cerebral: creo que no era eso lo que se esperaba. La palabra decepción tomó cuerpo en las conversaciones posteriores.
Más equilibrio del pH. Nos quedamos en el Maravillas para ver a Primal Scream interpretando su obra magna Screamadelica. Había dudas. Esta moda de interpretar todo un disco parece restar naturalidad a un concierto; uno tiene la idea de que debe ir un poco de todo, y sobre todo, mucho de lo que le guste al público. Screamadelica es, además, un pedazo de disco de rock psicodélico, ácido y electrónico que, a priori, parece complicado de narices de interpretar en directo. Y que el grupo de Bobby Gillespie ya tiene sus añitos.
Pues, señoras y señores, el conciertazo de la jornada. Y no lo siento por los que se marcharon después de ver a los monos del ártico. Eso les pasa por no informarse un poquitín. Fueron hipnóticos, viscerales, seductores, sexis y sexuales como pocos grupos sobre un escenario, haciendo bailar a un respetable que se había quedado adormecido con los de Sheffield. Está claro que la sangre, en Glasgow, hierve a bastante más temperatura.
Y ya a las tantas de la noche, caímos de nuevo en la órbita del escenario FiberClub. La sesión prometía: DJ Amable. De acuerdo, prometí que no nos iríamos muy tarde, que nos estábamos exigiendo mucho esos días… pero DJ Amable no nos hizo mucho de rogar. La verdad es que la sesión «pinchó», demasiado centrada en el acid y el groove. Así que, esa noche, volvimos con la luna aún en el cielo. Y aún nos dio tiempo para una última…

y un carajillo que medio se perdió por la fascinación de un físico por hacer experimentos de tensión superficial con el vaso y el platillo. Suerte que no hubo heridos ni manchados.
Eso, tú haz experimentos científicos de mad doctor y luego te extrañarás cuando te conviertas en… ¡IndieMan, el superhéroe indie, capaz de desdoblarse para estar en todos los conciertos a la vez! ¡Tacháaaan! 😛
Pues mola que te cagas. Y grabaríamos la serie IndieMan sing-a-long blog 😀
Una mica damnificada, estava l’Alegre Companyia el dissabte. Però tot i així… Jo no vaig quedar descontenta dels Arctic malgrat tot. (però és que m’agrada el que fan). I molt gratament sorpresa amb Primal.
I per voler plegar d’hora, es va deixar el llistó força alt. (total, per acabar no dormint com feien alguns…)
Ah…i avui he vist una polsereta del FIB al metro i he estat valenta i no m’he posat a plorar… (però m’ha anat d’un pèl… 😦 )
Dona, tampoc no calia plorar. Ja hi tornarem l’any vin… #tamoslocos