Nos engañaron: empezaron con «Inside Job», la última canción, reposada y tensa, triste y agobiante, de su álbum homónimo, y todo presagiaba que íbamos a ver un concierto falto de músculo.
Y una leche. Y se hacen eco incluso aquí y aquí. Llegaron como una apisonadora y el público respondió como pocas veces he visto en mi vida.
Y eso que, de nuevo, me vi en las gradas superiores de un pabellón. Pearl Jam, la pista y yo estamos destinados a no encontrarnos. Aunque, al contrario de lo que pasó hace seis años, los amigos con los que fui no eran unos muermos, no: nos lo pasamos en grande. Por otra parte, ya hemos aprendido que, si queremos estar con la multitud, tenemos que acceder a la pista antes de que empiecen los teloneros.
(Cerraron el acceso cuando vieron que la pista ya estaba lo suficientemente llena: después de la desgracia de Roskilde, que a punto estuvo de apartarlos de los escenarios para siempre, no se andan con remilgos en temas de seguridad para los asistentes.)
Aunque, dadas las mareas humanas que se contraían y expandían en la pista, tampoco fue tan mala idea quedarse arriba.
«You Are» fue el primer respiro, uno de los pocos, en el caudal de rabia y potencia que manaba de los altavoces. Una demostración de garra, una banda acelerada, para lo bueno (manos alzadas todo el rato, coros a grito en pelo, sudor a chorros) y lo malo (un «Comatose» que no duró ni dos minutos y alguna descoordinación entre línea rítmica y guitarras que, a buen seguro, casi nadie notó, así que ¿qué más da?). Un público entregadísimo que acabó interrumpiendo a la banda en el primer bis (de ahí ese «improv.»: se marcaron una letra, supongo que inventada, al ritmo del «Oe oe oe»). Una banda también entregada (Eddie Vedder acabó de cantar y de tocar las últimas notas del «Better Man» -si no me falla la memoria- tirado por suelos).
Una auténtica catarsis colectiva que no lograron estropear ni siquiera los organizadores cuando, en mitad del «Baba O’Riley» y con el cantante de Wolfmother invitado al escenario, encendieron las luces del pabellón . Ah, no, aún faltaba el «Yellow Ledbetter», y no se fueron hasta que les dio la gana.
En un mundo muy dado a las poses, la actitud de Eddie Vedder y sus chicos es una rara avis. Cada día, para ellos, es un examen, que pasan con sobresaliente, a su integridad. Algo que impregna su música, combativa, tensa, llena de rabia, sus letras y su entrega.
Si alguna vez tenéis la oportunidad, id a verlos. O, en su defecto, haceos con alguno de sus discos. Mis recomendaciones: «Ten», «Vs.», «Vitalogy» y este último, «Pearl Jam».